Monday, November 7, 2016

Testimonios de la revolución húngara de 1956

El pasado día 23 de octubre fue el 60.º aniversario del inicio de la revolución popular que se inició en Budapest contra la influencia de la Unión Soviética en la política de Hungría, país que se suponía independiente y soberano pero en la práctica estaba sujeto a los intereses de Moscú. El martes 23 de octubre de 1956, las calles de Budapest se llenaron de manifestantes, tiraron la estatua de Stalin, esa misma noche entraron los tanques rusos, se les fue todo a todos de las manos y dos semanas más tarde había muerto un montón de gente, se habían roto cantidá de edificios, pero las leyes se quedaron como estaban. Viene todo muy bien contado en la Wikipedia.

De Sztálin sólo quedaron las botas.
Foto: Gyula Nagy, Fortepan.hu

Con motivo de este aniversario, la ciudad estuvo todo el año empapelada de carteles enormes sobre el tema, y durante un mes se hicieron montones de actividades relacionadas con la revolución. Una de esas actividades fue un congreso de un día, el 11 de octubre, organizado por el Danube Insitute y realizado en inglés. Como por aquí no se hacen muchos congresos sobre temas históricos en idiomas que yo entienda, no quise dejar pasar la oportunidad. Al final, debido a que la noche anterior no había dormido más que tres o cuatro horas, me perdí la mayor parte del congreso (cuando se te cae la cabeza, eres incapaz de mantener los ojos abiertos y no sigues el hilo de absolutamente nada, tienes que admitir tu derrota y pirarte a casa), pero por suerte me mantuve perfectamente despierto en la parte que más me interesaba: la de los testimonios de dos señores, Gyula Várallyay (79 años) y János Horváth (95), que participaron directamente en la revolución. Tanto me gustaron sus intervenciones que tomé notas para poder hacer un resumen aquí.

Cartel de la plaza Blaha Lujza. Foto sacada de aquí.

Várallyay empezó su relato listando tres puntos que considera de gran importancia: uno, que los estudiantes desempeñaron un papel primordial en la revolución; dos, que en esa época los universitarios gozaban de gran prestigio; y tres, que aunque la hubieran iniciado estudiantes, hubo una gran solidaridad para con ellos por parte de otra gente que, o bien se unió, o les ayudaron de alguna manera.

La manifestación con la que se inició todo el embrollo se gestó el día 22 en la Universidad Técnica de Budapest, en una reunión que empezó al principio de la tarde y se alargó hasta la medianoche y durante la cual se redactó una serie de exigencias en 16 puntos. Várallyay era uno de los aproximadamente 2.000 participantes, y cuenta que allí fue donde alguien preguntó en voz alta por qué rayos había tropas rusas en suelo húngaro, tras lo cual se gritó por primera vez lo que se convertiría en la principal consigna: ruszkik haza (ruskis a casa). Buena parte de estos estudiantes vivían en la residencia universitaria de la cercana avenida Béla Bartók, donde sucedió una escena curiosa. Corría el rumor de que a la estación de Kelenföld, ubicada a las afueras al oeste de la ciudad, estaba llegando ayuda desde Austria. Ni cortos ni perezosos, los estudiantes pararon un camión que pasaba por delante de la residencia y le dijeron al conductor: mira, necesitamos que nos lleves a Kelenföld a por unas cosas. Les respondió: vale, pero se me está acabando la gasolina. Entonces fueron a un lugar cercano a pedir gasolina, donde se la dieron y les desearon suerte. Más adelante se enteraron de que eso era un centro de inteligencia militar. (Sí, como estarás pensando, la purga que hubo en los meses siguientes en el ejército fue muy divertida también.)

Nótese la sombra del objeto arrancado.
Foto: Gyula Nagy / Fortepan.hu


Horváth, que entonces ya tenía 35 años y había vivido los convulsos años 30 y 40, contaba que había estado en la cárcel unos años antes, donde había conocido, entre otros, a gente de la Cruz Flechada, el partido nacionalsocialista húngaro. Ese 23 de octubre, hacia la tarde, cuando ya una gran riada de gente se dirigía hacia el Parlamento y los viejos, emocionados, los saludaban desde las aceras agitando un pañuelo, vio a varios de esos cruces flechadas, que iban a su bola en otra dirección. Habló con ellos, les preguntó por qué no se unían, y dijeron: «eso es cosa de comunistas, no nos interesa». Efectivamente, es importante subrayar que el líder político al que aclamaban los manifestantes, Imre Nagy, era comunista; reformista, sí, pero leal al partido en todo momento. Con todo, Horváth recordó un instante que le emocionó, que fue cuando, ya reunida la masa detrás del Parlamento, Nagy comenzó su discurso, no con el clásico «camaradas proletarios», sino con un Magyar testvérek!, «¡Hermanos húngaros!».

En los días siguientes ya no hubo manifestantes de paseo ni tranquilos discursos, sino tanques y cócteles molotov y pumpún y aaaaa. Sin embargo, siendo este un país cuya población no tiene en general más escrúpulos que la española, llama la atención que no hubiera saqueos. Había escaparates rotos por doquier, había cajas abiertas en las que se recogía dinero para la revolución, y ni entraban a robar a las tiendas ni se vaciaban esas cajas si no era para gastar el dinero en quello para lo que estaba pensado. Algunos no perdieron el humor: contaba Várallyay que en un momento dado andaba por una calle un tanque que disparó, y alguien gritó: «¡Eh, no disparéis! ¡Que hay gente!». Otra cosa que señaló el mismo testigo fue que incluso los házmester, que no me queda muy claro si son conserjes o porteros o ambas cosas, se pusieron del lado de los manifestantes. Los conserjes en general tenían fama de arrimarse al sol que más calienta, que a finales de la guerra eran los más fascistas y después los más comunistas, y le sorprendió que alguno de ellos, a verlos pasar, les abriera la puerta y les dijera: eh, chavales, meteos aquí si queréis refugiaros. Por lo visto, hasta los policías azules apoyaron a los revolucionarios; no sé qué narices eran los policías azules, pero el señor lo mencionó como algo sorprendente, así que debía de serlo.

La «Caja de comunidad» del Monopoly.
Foto: István Papp / Fortepan.hu

Por último, es interesante señalar algo que Horváth recalcó bastante. En esos días corrían rumores de que, si los revolucionaros aguantaban un par de semanas, vendrían los yanquis, o los occidentales, o qué sé yo quién, a ayudarles en su lucha. Sin embargo, sólo fueron eso: rumores, aunque mucha gente se los tomara en serio y se siga mencionando sesenta años más tarde. Según él, nunca hubo ninguna declaración oficial por parte de países occidentales que afirmara que fueran a mandar ayuda, y es exactamente lo que sucedió. El 4 de noviembre, tras unos días de relativa tranquilidad, Moscú mandó volver a meter los tanques y atacar sin contemplaciones. Seis días más tarde se rendían los últimos revolucionarios.

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En cuanto a mí, el día del congreso comí gratis, porque daban, y me llevé también varias revistas de temas históricos y políticos que tenían para coger. O sea que ni tan mal. Quizá habría sido interesante haber escuchado más ponencias, pero tengo que decir en mi descargo que todas en las que estuve presente, que fueron como el 70% (otra cosa es que estuviera despierto), y a excepción de las de estos dos señores, eran leídas; y una ponencia leída se me hace muy difícil de seguir, ya sea sobre Moonsorrow. Ahora acabo de pasar todo el domingo metido en casa escribiendo esta entrada y buscando fotos y demás —por eso publico con tan poca frecuencia— y voy a aprovechar para dejar enlaces a un par de sitios molones que encontré:

- Las ubicaciones de las fotos más famosas, en 1956 y ahora. Dieciocho.
- Fotos de la revolución de Gyula Nagy. Quinientas cincuenta y una. Tanques rotos, casas rotas, estatuas rotas y colocadas en posturas graciosas. El enlace te lleva a la primera.

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