Wednesday, August 8, 2012

Agueste I: los Madriles

Plaza Mayor

Son las dos y media y no es que me muera de ganas de escribir ahora mismo, la verdad. De comer, un poco sí. Y de lavarme los pies, que entre el calor que hace y la ampolla bestial que me salió ando descalzo. Creo que en esta ciudad hay un barrio específico para eso. Aun así me los lavaré aquí, ya aflojé un poco los tenis para que no me salga otra ampolla, y saldré a comer dentro de un rato. Como no voy a merendar y por la tardiña cojo un avión, prefiero comer más bien tarde, you see. Mientras tanto, os cuento mi estancia en la capital.

Je suis arrivé el domingo por la mañanísima, algo antes de las ocho. Había quedado con Sara y Eddie en Moratalaz a la una, con lo cual tenía cinco horas para darme uno o más garbeos. Lo primero que hice fue coger un tren de cercanías hasta Atocha, porque sé que por allí está el Retiro y otras cosas chulas, y en la zona de Chamartín, que es donde estaba, no sé qué hay, o no me acuerdo, y no me apetecía averiguarlo. Así que me metí en dicho parque por la puerta de Nosequién, posiblemente de Murillo, en la calle Alfonso XII, fui al centro y luego giré hacia el norte, por una razón que ya no recuerdo. Había un montón de gente corriendo, haciendo futin. Curiosamente, las dos veces que anduve por el Retiro en mi vida iba con una maleta de ruedas a rastras. Rlon, rlon, rlon. Todo el parque sabía dónde estaba en cada momento. Rlon, rlon, rlon.

Monumento a Jacinto Benavente, plaza del Parterre.

Salí por el norte y giré a la izquierda. Puerta de Alcalá, Cibeles, Paseo del Prado. Pensé en entrar en el Museo del Ídem a ver El triunfo de la muerte pero había cola (aun llevando diez minutos abierto) y cuesta 6 € la entrada barata y 12 la normal. Como no tenía tanta ansia, seguí paseando. Más tarde encontré en un mapa de una parada de autobús que Moratalaz no está demasiado lejos de allí, así que fui andando, volví a atravesar el Retiro, pasé por la antigua Casa de Fieras, leí con gran dificultad alguno de los carteles que hay en el foso de los monos, intenté en vano leer el que está situado en una pared y decidí que la próxima vez que vaya llevaré prismáticos. Tras salir, no me costó llegar a mi destino porque es casi recto. Llegué a las once y media, más o menos. Llamé a Sara, dejé las cosas en su casa y nos fuimos a dar vueltas por el barrio mientras no llegaba Eddie. Una vez estuvimos los tres reunidos, fuimos al centro a comer y nos pasamos la tarde de cañas.

El lunes pasó una cosa muy graciosa. El día anterior, Sara y yo habíamos visto un cartelito que decía nosequé de Almudena, y me acordé de la catedral del mismo nombre, así que nos dirigimos hacia allá para verla. Nos encontramos un cementerio enorme. Pues nada, pensamos, si una iglesia suele tener un pequeño cementerio al lado, una catedral puede tener otro gigantesco. Pero la catedral no aparecía, y cuando le preguntamos a un señor, se rió y nos dijo que la catedral y el cementerio no tienen nada que ver y que lo que buscábamos está en el centro. Más tarde, nuestra coruñesa amiga Rebeca calificó nuestra aventura de "necroturismo". Alegaré en nuestro descargo que Google Maps también nos señaló esa zona, pero fue porque hay una boca de metro con ese nombre.

Cuando acabamos de hacer el tonto nos fuimos con su hija al centro, aunque no buscamos la Almudena, sino que fuimos por la Gran Vía, Callao y sitios así. En Prado vimos un hombre invisible (vimos, invisible, ¿lo pillas?). Comimos en un Vips. No os recomiendo sus macarrones; están bañados en aceite. Pero la torta con sirope mola, sobre todo por el sirope. En ese Vips me compré un libro sobre mitología escandinava tamaño Astérix pero el triple de gordo y con dibujos y colorines por la friolera de 1,95 €. Poco después me llamó Bolas, mi colega de Leganés; quedamos en Atocha, donde me despedí temporalmente de Sara y Selene, y a Leganés me fui con él a ver a su familia, cuya última incorporación databa de sólo ocho días antes. Además conocí al resto de su prole, que no los había visto antes; a su mujer sí. Cenamos en una terraza y luego me llevó de vuelta a casa de Sara.

El martes, que fue ayer, hacia el final de la mañana me despedí de Sara definitivamente —o eso creíamos ambos y me fui a la Plaza Mayor, que me apetecía verla otra vez (la anterior fue hace nueve años). Allí vi una cosa que posiblemente sea muy común en algunos sitios pero yo no la había visto nunca: sombrillas que echan agua pulverizada por las varillas. Me comí un bocata calamares y salí hacia la Almudena, esta vez la de verdad. Por cierto, un rato antes, cuando me dieron un plano, me sorprendió ver que está justo al lado del Palacio Real, con lo que puede que ya la hubiera visto hace cuatro años, un día que Enzo me llevó a ver esa zona, y me olvidara de ella. Llegué allí y estaba cubierta de andamios, que es lo que me pasa siempre. Más tarde, la otra Sara, con su mente lógica de ingeniera, me dijo que en una ciudad con muchos monumentos y adornos siempre va a haber alguno en obras. Y esa misma Sara me acaba de llamar diciendo que viene para aquí, así que voy a lavarme los pies y cerrar la maleta para salir por fin a comer. Aunque poco más hay que contar de ayer: vi el Palacio Real y el monumento a Cervantes y finalmente fui andando hasta la Castellana, donde me encontré con esta otra Sara. No tengo tiempo de releerme, si hay faltas ya las corregiré. Nos leemos en la próxima entrada.

2 comments:

  1. Juraría que sí habíamos estado allí, sí.

    Y en Madrid se quejan de que siempre están en obras, pero a mí no me da la sensación de que haya más que en Vigo, por ejemplo.

    Un abrazo

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  2. Me cansé sólo de leerte ! Menos mal que con tus super meriendas tienes energía para eso y mucho más ! ja ja ; )

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