Saturday, August 3, 2013

Agueste V: Slavske, Volosianka y Zájar Bérkut (I)



¡Sorpresa! ¿A que ya no os esperabais esto a estas alturas? Lo suponía. Los primeros cinco párrafos los escribí en septiembre u octubre, por ahí. El resto es de hace unos días, por lo que puede que se me olvidaran detalles, pero esto es básicamente lo que hubo. Otro día publicaré la segunda parte.

En todos los carteles pone Slavsko, pero todo el mundo lo llama Slavske. No sé por qué. Sea como sea, tras dos horas de tren antiguo pero suficientemente cómodo llegué a ese pequeño pueblo de los Cárpatos, cuyos habitantes debían de estar flipando con la manada de melenudos que aparecían en la estación. Había reservado una habitación en un hotel de cuatro estrellas, o como tal me lo vendieron, llamado Terem, por veinte euros la noche, que habrían sido diez si fuera con alguien más, puesto que la habitación era doble. Empecé a preguntar por el gotel Terem. ¿Gospedia?, me preguntaron. Da, Terem, gotel, respondí. Da, gospedia por allí y por allá, se empeñaban en decir. Pues gospedia, lo que tú digas, se parece a hospedar así que supongo que hablamos de lo mismo, el caso es que me indiques. La primera señora me mandó todo recto, pasar un puente y llegar a una tienda. Este es el puente que pasé:


Aunque más adelante había uno de verdad, con calzada. (No, el de la foto no lo crucé.) Entré a la tienda y volví a preguntar. Me empezaron a indicar, pero que estaba lejííísimos, y en ese momento pasó un autobús pequeñajo y me dijeron que corriera y lo cogiera. Pegué un grito y el conductor esperó por mí. Ese autobusiño fue toda una experiencia. No le hice fotos porque me daba palo: era el único extranjero, tenía pinta de perdido, iba cargado con una mochila petada y una maleta y todos los presentes me miraban con curiosidad. Yo sólo decía: gotel Terem, gotel Terem, ne panimaiu, ne panimaiu. No entiendo, vaya. Un señor de unos setenta años me estaba diciendo mil cosas y yo no me enteraba de nada.

Me enteré con alegría de que, aunque entre el “centro” de Slavske y Zájar Biérkut hay seis kilómetros, el tal hotel Terem se halla a medio camino entre ambos, un poco más cerca de la estación de esquí. Entré en el hotel, hablé con la única recepcionista del mismo que sabe algo de inglés, me dio la llave de la 108 y allí me fui, a una habitación bonita y luminosa, aunque no sé si merecedora de las cuatro estrellas. Me duché y ese tipo de cosas y salí para Zájar Biérkut a pie, pues me habían dicho que se llega en veinte minutos, y así es. La carretera es espantosa, piedras y socavones por todos lados, pero como iba a pie no me importó y me entretuve disfrutando del paisaje, chupando mi caramelo de caramelo comprado en Lviv (un mosquito imbécil lo vio tan amarillo que quiso acercarse y se quedó irremediablemente pegado; ese día terminó su vida, pero tranquilos, no me lo comí) y viendo las lentas eses que hacían los coches, que en ocasiones llegaban incluso a pararse.




A las nueve y cuarto, cuando llegué a la parte inferior del telesilla, los policías o seguratas o lo que fueran me dijeron que aquello ya lo habían parado. Por suerte, alguien llamó a alguien y me dijeron que el organizador del festival llegaría en unos minutos. Cuando me vio me dijo: “hello, I am Sergey”, yo le respondí: “hello, I am Abel from Sp...” y me interrumpió diciendo: I know, I know. Mira, me dijo, no me quedan pulseras de músico, así que te voy a dar una pulsera de prensa. Pensé para mis adentros: pues vaya tontería, eso es lo que supuestamente me corresponde. También me dijeron varios de los presentes que arriba hacía frío, que en manga corta y pantalón corto me iba a congelar, pero les respondí que no se preocuparan, que en la mochila llevaba ropa de abrigo. Una vez estuvo todo aclarado me monté en el telesilla.

Casi me congelo, colega. Menudo frío pasé. No me esperaba ni que el trayecto durase treinta minutazos ni que hiciera tanto frío antes de llegar arriba. Y claro, a ver quién es el chulo que se pone a descalzarse y a sacar cosas de la mochila cuando se halla suspendido a diez metros de altura. Chocar las rodillas y cantar tonterías tipo “hace frío frío frío, naino naino nainioná, ochen ochen joladná” no te hace entrar en calor pero algo ayuda. Por el ruido y las luces distantes supe que me acercaba al escenario, luego que estaba a su lado, luego que… ¡me estaba alejando! El telesilla me dejó arriba de todo, en la cima del tope del cumio del pico de la cumbre de la montaña, donde me abrigué y eché a correr hacia el escenario, donde ya estaba tocando Dark Funeral.

Al principio hacía frío. Luego hacía mucho frío. Luego hacía un frío que pelaba. Cinco o seis grados, por ahí. Unos encendieron una hoguera detrás del puesto de las camisetas; pasé allí la mayor parte del concierto de Inquisition (desde ese lugar se veía y oía perfectamente), y todo lo que conseguí fue apestar a humo y seguir teniendo prácticamente el mismo frío, así que decidí volver a delante del escenario y saltar como un mono in situ; esto funcionó mucho mejor. De todos modos, a mitad de Todestriebe me harté de pasar frío, estaba cansado, eran las dos, etcétera, así que me dije: me piro. Pero esperad, que me falta la anécdota de las hamburguesas. Durante Carpathian Forest, el segundo concierto que vi, me entró el hambre y fui a uno de los puestos de perritos calientes a comprar una hamburguesa. Miro la lista de precios (прайслист, praislist, una risa) y veo: чисбургер, chisburguer, 100 grivñas. Me quedé boquiabierto: ¿diez euros por una hamburguesa precocinada, en Ucrania? Vale que en un festival las cosas suelen ser más caras, pero eso es una burrada, más en un país relativamente barato. Fui al otro puesto, aunque ya sabía que sería exactamente lo mismo, y así era. Tras un rato debatiéndome entre pasar hambre toda la noche y tirar el dinero me di cuenta de que la г (G) de “100 г” no era de гривень, grivñas, sino de граммов, gramos. El precio estaba más a la derecha y era exactamente la décima parte.

Volvamos a las dos de la mañana y a mi intención de escapar de esa nevera al aire libre. A la derecha del escenario y tras una valla abierta había algo que parecía un camino. Junto a la valla, sentados, un policía y un chaval joven. Me acerqué y les pregunté cómo se podía bajar; el chaval sabía algo de inglés y me informó de que había unos viejos con quads un poco más arriba que te bajaban en su máquina endemoniada por, esta vez sí, cien grivñas del ala. Como la alternativa era esperar tres horas más para morirme del frío y del asco en el telesilla, me subí a uno de esos. Avanzamos diez metros que fueron suficientes para darme cuenta de que mi vida podría terminar allí mismo; paró porque el chaval de antes le había levantado la mano. El susodicho se acercó al cacharro y me preguntó si me importaba que se montara también (caben tres personas incluyendo al conductor). Le contesté que en absoluto, y mira, fue genial que se subiera, porque al estar más apretados me daba menos impresión de que me iba a caer. En serio, fue toda una experiencia. Un aparato infernal que si tiene suspensión la disimula muy bien, bajando a velocidad de crucero por un sendero irregular, zigzagueante y lleno de piedras y saltos en mitad del monte. Algunos se suben a montañas rusas; os aseguro que las ucranianas no tienen nada que envidiarles. (Curiosidad: en Rusia, a las montañas rusas las llaman montañas americanas.) En unos cinco interminables minutos llegamos abajo, donde ya no hacía tanto frío, de hecho se estaba bien. Convencí a mis huevos de que ejercer de corbata no era su función, pagué las cien grivñas (no creas que nos hizo el menor descuento por ser dos) y me disponía a despedirme del chaval e irme por mi lado tras intercambiar dos frases con él, pero me preguntó si me gustaba el vodka, o algo así, y me invitó a tomar unos chupitos con él. Subimos un poco hacia el hotel donde se alojaban los músicos. Resulta que el chaval, llamado Vladímir, si no recuerdo mal, era el administrador de la red informática de ese hotel, así que pudo entrar como Pepito por su casa y salir de nuevo, no sin antes mostrarle al policía el cartón de zumo de naranja que se llevaba. Una vez fuera, sacó de debajo de la cazadora dos botellas de vodka ucraniano marca Nemiroff: una llena, que me regaló “para que bebas con tus amigos de España”, y otra mediada, para compartir right there, right then. “Está un poco caliente porque tenía la botella guardada en el armario de los servidores.” Me llevó a un merenderito con bancos, y mientras bebíamos me estuvo contando cosas. Tomamos tres chupitos. El primero, na zdarovie, por la salud. El segundo, por que todo vaya bien; “a mí me va bien, porque me casé la semana pasada y soy muy feliz”. El tercero, por los amigos, si no recuerdo mal. Me explicó un poco la situación lingüística en Ucrania, la predominancia del ruso en la mitad este y la del ucraniano en la oeste, y la diglosia existente; puso cara triste cuando me referí a Ucrania como “a Russian-speaking country”. No se ofendió; más bien creo que le entristeció que un extranjero asociara Ucrania con el idioma ruso. Durante toda nuestra conversación, siempre me contestó amablemente cuando le preguntaba cómo se decía tal o cual cosa en ruso, pero insistía en hablar inglés, porque tenía que practicar. Cuando finalmente decidimos irnos y empezamos a bajar la cuesta hacia el hotel, vimos una furgoneta enfrente del mismo. Como estaba medio peneca del vodka, le pedí sin ninguna vergüenza: “oye, ¿puedes decirles a esos que me lleven?” Habló con el de la furgoneta, el cual aceptó, pues había sitio y mi hotel quedaba de camino por la única carretera posible. Y esa es la historia de cómo acabé metido en la furgoneta de Dark Funeral, a quienes les importó tres pitos que un desconocido se sentara en el vehículo que los llevaba al aeropuerto o adonde fuera. El cantante es griego, no lo sabía, creía que eran todos suecos. Me bajé en mi hotel y di el día por terminado. Lo llamé jornada, que dicen en inglés.

5 comments:

  1. So much complaining, oh god. Also, you never gave me from the vodka. Also, write your posts in English. :D

    ReplyDelete
  2. What complaining? It was cold, that is true. I mention it because for me it was unexpected and I couldn't deal with it properly. But there aren't any more complaints, and this isn't really a complaint either, since it's nobody's fault and I enjoyed the concerts anyway.

    ReplyDelete
  3. Querido primo, menudo sarao, épico diría yo!!!
    Una gran historia muy bien contada e ilustrada...

    ReplyDelete
  4. Cómo me ha gustado amigo, has triunfaooooo con esta crónica, y estoy deseando de leer la segunda parte. Ya sabía casi todo lo que cuentas pero visto aquí e ilustrado con fotos y videos te ha quedado de lujo, vaya aventuras guapas guapas que has tenido por esas tierras lejanas, y no se te olvide que te quedan por contar las de este año de vuelta por este mismo sitio remoto y todo lo de Finlandia, aparte de todas las demás escapadas que te has dado por los paises alrededor de Eslovaquia, así que a tu vuelta a España ya le estás dando caña al teclado. Buen viaje de vuelta dentro de un par de días y mucho ánimo para la vuelta a la realidad. Hablamos dentro de poccos días largo y tendido. Un abrazo.com por mari.com ;-)

    ReplyDelete
  5. Meu Deus, chaval, lo que tienes que contar cuando te vea...

    Pastra

    ReplyDelete

QUERIDO LECTOR:

No es necesario estar registrado en ningún sitio para comentar en este blog, pero te agradecería que adjuntaras un nombre, bien "firmando" el comentario, bien eligiendo la opción Nombre/URL (el campo URL puede quedar en blanco sin problema). Da igual que el nombre sea real o falso, eso es lo de menos, pero por lo menos me permite dirigirme a alguien en concreto. ¡Gracias!