Tuesday, January 21, 2014

Reflexión de un emigrante

Cuando empecé a hacer todas las gestiones y papeleo para preparar mi estancia en Bratislava, mi coordinador me puso en contacto con David, un chaval de mi facultad que había estado allí el año anterior, y fue él quien me orientó sobre clases, profesores, residencia y demás. Hace unos meses terminó la carrera, y la semana pasada volvió a la capital eslovaca, con un contrato por dos años bajo el brazo e intención de quedarse. Un par de días antes de irse escribió una reflexión, a mi parecer, muy lúcida, sincera y personal que, con su permiso, comparto con vosotros.

 * * * * *

“Adiós, ríos; adiós, fontes;
adiós, regatos pequenos;
adiós, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.
Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei,
prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña do meu contento,
muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras,
da igrexiña do lugar,
amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adiós, para sempre adiós!
¡Adiós groria! ¡Adiós contento!
¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conozo
por un mundo que non vin!
Deixo amigos por estraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera non deixar!...”

Rosalía de Castro - Cantares gallegos (1863)

Más de ciento cincuenta años separan las inmortales palabras de Rosalía de Castro del día de hoy. Y aun así, ante la perspectiva de mi inminente partida, siguen describiendo de una forma dolorosamente precisa los sentimientos que suscitan el dejar mi tierra, mi hogar, mis amigos... en definitiva, la vida que he llevado hasta ahora.

¿Un poco dramático? Puede, pero quienes me conozcan sabrán que este nivel de dramatismo es normal en mí, aunque de esta vuelta, creo tener razón en catalogarlo de esta manera. La emigración, a pesar de que me mueven más los motivos personales, a día de hoy, vuelve a ser uno de los peores momentos a los que se tiene que enfrentar una persona, su familia y sus seres queridos.

A priori, estos ciento cincuenta años han cambiado a Galicia, España y al mundo de una manera increíble, por lo que parece que con la tecnología, que nos permite mantenernos en contacto de manera instantánea y las facilidades que nos ofrece la aviación comercial, el golpe se hace menos duro. Pero, desafortunadamente, este siglo y medio, no ha cambiado para nada, o al menos no durante mucho tiempo, lo que ha sido, es y será, si no lo remediamos, España: un país en el que la ignorancia y, demasiado a menudo, la exhibición orgullosa de la misma campan a sus anchas, un país dirigido por los que siempre han acaparado las más altas esferas del poder y que obedecen al avaricioso propósito al que sus ancestros obedecían antes que ellos, la codicia y el acaparar cada vez más y más poder.

Lejos de mi intención está convertir estas líneas en un manifiesto político, pero no puedo obviar el hecho de que una de las razones más poderosas que me han impulsado a buscarme la vida en el extranjero sea el negro futuro que se vislumbra en el horizonte. Realmente, es tremendamente difícil escribir algo como esto sin caer en los lugares comunes en los que venimos cayendo de unos años para aquí, así que procuraré no darle más vueltas, porque quien quiera enterarse de lo que realmente pasa, moverse e intentar cambiar las cosas lo hará, ya que todavía no he perdido (del todo) la esperanza en este país y en su gente.

Lo que me mueve a escribir esto es la sensación de que, aunque quiera, no voy a poder volver. O que podré volver, pero será para malvivir. Serán dos años (aunque siempre el miedo a meter la pata y que te den la patada antes de tiempo también está ahí) en los que visitaré esporádicamente a mi familia y amigos, leyendo y observando las noticias que vendrán del país, que presagio que no serán de buen agüero, por lo que la opción de volver aquí se irá disolviendo poco a poco, perdiéndose en la niebla de tus pensamientos.

A pesar de que mis sentimientos patrióticos sean prácticamente nulos, uno nunca podrá olvidar el lugar en el que nació, creció, disfrutó, rio, amó, lloró y sufrió; un lugar del que pensaba que si lo dejaba sería solo por un limitado periodo de tiempo. Pero, como decía Bob Dylan, los tiempos están cambiando, pero para peor. Parece que vivimos en un bucle eterno que siempre nos devuelve a los peores momentos de nuestra historia, solo que esta vez ni siquiera lo parece. La tecnología que antes cité, los diferentes medios que tenemos para abstraernos de nuestros problemas y demás distracciones, no nos dejan ver que volvemos a pasar por tragos como los que pasaron mis paisanos hace ciento cincuenta años. Solo que esta vez no viajamos en un inmundo buque durante semanas, sino en Ryanair (un autobús con alas, cierto), llegando a nuestro nuevo destino a las pocas horas de haber salido. Y tampoco nos vamos a ciegas, totalmente a merced de la suerte, sino que por lo general somos personas formadas en diferentes campos del conocimiento durante años, con toda la información y el conocimiento del mundo a un solo clic de distancia.

Como tantos otros, he intentado labrarme un futuro digno, que me permitiera trabajar en algo que no odiase y afortunadamente he intentado leer e informarme para decidir cómo vivir mi vida sin seguir los dictados de otras personas, estamentos o entes imaginarios. También sé que los reveses de la vida son impredecibles y que podría acabar en cualquier otro sitio que no esperaba, amén que sé que hay muchas ocupaciones que pueden parecer decepcionantes o que no querría realizar, pero que las haría, si no me quedase otra opción, siempre intentando buscar la felicidad, un término demasiado abstracto y subjetivo como para definirlo, pero que debería ser imperativo en cada vida (y no, no voy a seguir en plan Paulo Coelho, así que no temáis). Tampoco me veo (ni yo ni nadie debería) con el derecho a exigir un trato diferente por haber pasado por la educación superior, ni nada por el estilo.

En realidad, ni siquiera sabía, ni sé qué es lo que quiero que sea mi vida, lo cual no es necesariamente malo. Deberíamos ver la vida como una carretera, una carretera en la cual no puedes vislumbrar el final, en la que habrá rectas en las que pisar a fondo y curvas tan cerradas que te dé miedo a tomar a toda velocidad; en la que si pinchas te tomes tu tiempo para volver al camino, y en la que si te sale de los mismísimos te la puedas recorrer andando. Sin embargo, tengo la sensación y la certeza de que en vez de vivir en algo así, vivimos en un camino que termina en un callejón sin salida. Nosotros y sólo nosotros tenemos el deber y la responsabilidad de volar ese muro del final y poder intentar recorrer nuestro propio camino como queramos.

Son muchos los problemas que nos azotan, demasiados. Y casi todos no tienen una solución unánime, porque entraríamos nuevamente en el terreno de lo subjetivo. Pero entre otras cosas, lo que tenemos que intentar es que estos versos de Rosalía sólo signifiquen que en el pasado hubo gente que se marchó a buscarse la vida a otros lugares, con fortuna dispar, pero con el mismo dolor, la misma pena, la misma morriña común. Intentemos que la versión moderna del emigrante que describió la poetisa en siglo diecinueve no se aflija por no saber cuándo podrá volver.

Hagámoslo por nosotros. Por nuestro futuro.

"And the Buffaloes used to say be proud of your name
The Buffaloes used to say be what you are
The Buffaloes used to say roam where you roam
The Buffaloes used to say do what you do
If you remember you're unknown
Buffaloland will be your home"


No comments:

Post a Comment

QUERIDO LECTOR:

No es necesario estar registrado en ningún sitio para comentar en este blog, pero te agradecería que adjuntaras un nombre, bien "firmando" el comentario, bien eligiendo la opción Nombre/URL (el campo URL puede quedar en blanco sin problema). Da igual que el nombre sea real o falso, eso es lo de menos, pero por lo menos me permite dirigirme a alguien en concreto. ¡Gracias!