Saturday, August 22, 2015

La pérfida Albión III: York y Fulford


Achievement unlocked!

Antes de leer esta entrada recomiendo leer el anterior capítulo: La pérfida Albión II: York, porque retomo la historia exactamente donde la dejé y de eso ya hace casi seis meses.

Miércoles dieciocho de febrero de dos mil quince. Me levanté a las ocho y media, desayunuve, cogí la mochila y me fui en busca del campo de batalla de Fulford. Con el croquis del señor de la conferencia y un google map lo encontré enseguida. Os dejo un publirreportaje.



Volví a casa, previo paso por el cementerio que queda de camino (donde hasta los bancos están dedicados a la memoria de alguien), cogí todas mis cosas, me despedí de las compañeras de Katerina que estaban en casa y salí en busca de la casa de Melarish. La ruta gúglica parecía facilísima: un cacho hacia allá, luego todo rectísimo hacia arriba y al final, un cachito más hacia acá. Allá fui todo feliz con mi maleta de ruedas, rlon rlon, hasta que me di cuenta de que me había pasado el sitio de girar hacia arriba. Di vuelta y me pasé el sitio otra vez, pero hacia atrás. No entendía nada. Anduve y desanduve, rlon rlon. Perdí bastante tiempo y paciencia con la tontería, con lo prontito que iba a llegar. Al final lo encontré: un camino de tierra todo embarrado que empezaba detrás de una barrera de madera. Hexpléndido, pensé. Ideal para pasar con una maleta de ruediñas enanas. El resultado fue que tuve que atravesar el campus universitario y apañarme como pude; me puse de bastante mala leche e iba pensando que me fastidiaba tener que poner buena cara al llegar a la casa, pero cuando me topé, repentina e inesperadamente, con la señal que decía Fourth Avenue, de pronto se abrieron los cielos y bajó un cartelito que decía PROMISED LAND sujeto por dos ángeles con trompetillas; y todos
El cementerio de Fulford
se regocijaron, en especial yo. Mi anfitriona me había avisado de que a partir de las doce y media igual no estaba en casa, y yo llegué como a la una menos diez, pero por suerte allí estaba. Paré poco: nos saludamos, dejé las cosas, me enseñó la casa y me piré, que a las dos tenía la primera conferencia del día. Fui al centro, comí un bocata en una ídemería y puse rumbo a la so-called York Mansion House.

Snorri Kristjansson es un islandés que ejerce, o ejerció, de profesor en alguna universidad inglesa, escribió un par de novelas de temática vikinga y al parecer también es humorista. Mezcla su conocimiento profundo del tema con su grasia naturá y te sale una ponencia cojonuda, tan informativa como divertida. El título era What Did the Vikings Ever Do for Us?, es decir, ¿qué hicieron los vikingos por nosotros?, y comenzó diciendo que no nos dieron «alcantarillado, sanidad, enseñanza, vino, orden público, irrigación, carreteras ni baños públicos», en una referencia que los aficionados a Monty Python captarán. Básicamente hablaba de conceptos erróneos que tenemos sobre los vikingos, pero por suerte fue más allá del «no llevaban cuernos en el casco» porque, como él mismo dijo, quitando las clases universitarias, éramos el público más versado en el tema que había tenido nunca; y se le veía súper feliz cuando decía cosas como «sólo debéis fiaros de lo que escriban personas llamadas Snorri» y veía que las entendíamos. Contó, por ejemplo, que la imagen de los vikingos como fieros guerreros se debe a que quienes los describían eran monjes, monjes que a menudo eran sus víctimas, y otros pueblos no atacaban a los religiosos, razón por la que a nuestros
Minster, fachada principal
nórdicos amigos los pintaban como especialmente bárbaros. «Así que», concluía, «lo que necesitaban los vikingos era un relaciones públicas más competente.» Tampoco se traga lo de que fuesen tan feos y gordos y barbudos y brutos. Quitando a los piratas de turno, eran más que nada una civilización de granjeros y comerciantes; y los comerciantes tienen que dar buena impresión, «así que lo probable es que tuvieran un aspecto más similar a este», y mostraba una foto del guapito prota de la serie Vikings. Etcétera. Ofrecían té gratis, vendían las novelas del hombre y vi a Filipa.

Al salir, como tenía un rato libre, le hice una visita a la Minster, que es una catedral que se puede definir en dos palabras muy sencillas: im, presionante. Enorme, decoradísima, una maravilla. Además, tuve la suerte de que cuando estaba dentro empezó a cantar un coro, al que luego se le unió otro coro que le respondía en una suerte de regueifa renacentista. Chulísimo todo. No volví a entrar en todos los demás días que estuve en York, pero sí que pasé a verla por fuera unas cuantas veces, porque está cerca de todo. Mis fotos del interior son maliñas, en la Wikipedia las tenéis muy buenas, pero aun así os voy a enseñar la venerable efigie de la gorgona llamada Guillermo el Conquistador.



Llegadas las cinco me metí de nuevo en el Bedern Hall para escuchar la charla del día, esta vez sobre Stamford Bridge, de boca de nuestro amigo el arqueólogo decepcionado con la Administración; aunque esta vez habló más un colega suyo que es recreacionista, iba disfrazado de vikingo y vive en dicha localidad. Estas charlas se llamaban «Lo que no sabemos de la batalla de Tal» y se centraban en eso mismo: en lo que no sabemos, en lo que hace falta investigar y en las preguntas que hay que plantearse antes de ponerse a buscar. Debido a la orografía, estos dos creen que la batalla de Stamford Bridge se libró un poco al sur de este pueblo. Lo que no creen es que hubiera ningún puente; el nombre vendría de que el río sería fácil de vadear (Stamford Bridge viene de Stone Ford Bridge, es decir, puente del vado de piedras) y se utilizaría como zona de paso. Más al sur, though, existe una elevación desde la que a un ejército podría interesarle plantar batalla; elevación que se alarga hasta un punto donde es posible que dejaran sus barcos. Mucho menos, claro está, se creen lo de que hubiera un vikingo ahí tó cruzao defendiendo el puente que se cargó a no sé cuántos sajones sin dejar pasar a nadie hasta que uno fue por debajo y le clavó una lanza. Entre otras cosas porque una solución fácil para el bando contrario en esa situación tiene forma alargada, acaba en punta y se llama flecha.

Habida cuenta de unas salchichas típicas de Yorkshire con puré de patatas puse rumbo a la St. Helen's Church, donde se llevaría a cabo lo que yo creía que sería una representación teatral de Beowulf. Error: se trataba de un señor recitándolo completo, dramatizando y eso. Fue una hora y pico de mi vida que nunca recuperaré. Lo bueno es que allí me reuní, como estaba previsto, con Julia y Max, dos alemanes que básicamente estaban allí para lo mismo que yo: el concierto y la semana vikinga. Al salir saludé a Filipa y fui con los alemanes a que comieran algo, que desde el desayuno no habían probado bocado. Y después, cada mochuelo a su correspondiente olivo.

Las «fotitos y cosas» prometidas en el vídeo:







Sculpt me like one of your French bishops



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