Sunday, January 1, 2017

Una fría mañana de enero


Buenos días, feliz año nuevo.

Me pasé toda la Nochevieja en la oficina, aunque aproveché algunos ratitos para escribir para el blog unas entradas que pronto veréis. Cuando salí, como me había perdido toda la diversión, decidí hacer algo distinto y ver la ciudad vacía y envuelta en esa densísima niebla blanca que probablemente siga cubriendo el río mientras escribo estas líneas.

Sobre las siete y media de la mañana, y especifico para los aficionados a los mapas, bajé en Móricz Zsigmond körtér y fui caminando por Bartók Béla út, una avenida que me gusta mucho, hacia Szent Gellért tér, donde están el hotel Gellért y el puente de la Libertad (puente verde para los amigos). Era un verdadero placer caminar por allí, con toda esa calma, sólo perturbada por los viejos tranvías amarillos y blancos que iban pasando cada pocos minutos. Al llegar al puente saqué la cámara de la mochila para hacer unas fotos, pero los implacables –7 ºC y mi carencia de guantes se opusieron con firmeza a que lo hiciera con la comodidad que aportan el sentir los dedos y el poder tenerlos quietos más de cinco segundos, y fuera de las mangas más de un minuto. Como consecuencia, las pocas fotos que pude sacar no están bien enfocadas ni encuadradas, pero aun así me apetece compartirlas con vosotros.











Pensé en subir hasta la estatua de la Libertad, pero la niebla me impedía verla, y razoné: si desde aquí no puedo ver la estatua, desde la estatua no voy a poder ver «aquí». Así que deseché la idea y crucé el puente, al entrar en el cual me encontré con esos alegres carambanitos que veis en la última foto. No es nieve, no nevó en toda la semana, es humedad del río congelada; del otro lado de la barandilla había mucho menos hielo, debido a que la ligera brisa soplaba en dirección norte-sur. Por mí habría hecho muchas más fotos, pero tras la última, la batería de la cámara decidió agotarse. De todos modos, lo de no sentir los dedos no es ninguna broma: me costaba apretar el botón hasta la mitad para enfocar, cuando lo quería apretar no lo apretaba, y a veces, lo apretaba sin querer. Por cada minuto de jugar con la cámara tenía que pasar tres con las manos escondidas en las mangas.

Total, que crucé el puente y bajé al subterráneo con intención de coger el tranvía 2 hasta la zona del parlamento. En el subterráneo me topé con una fotógrafa que iba con una cámara réflex colgada al cuello y un trípode en la mano. La seguí cual eficiente acosador y constaté, como suponía, que también le iba a sacar fotos al puente. Me acerqué a ella para preguntarle si tenía alguna página en internet (efectivamente). En la breve conversación que siguió, me dijo que precisamente acababa de bajar de la estatua y que desde allí no se veía nada de nada; quería fotografiar la niebla desde arriba, pero esta cubría el monte también.

Cuando volví a bajar al subterráneo, noté que los dedos de los pies se me empezaban a medio congelar también, lo que me disuadió por completo de ir a ningún sitio que no fuera mi casa. Mientras esperaba el metro se me ocurrió que este breve paseo daba para una corta pero xeitosa entrada en el blog.

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