La estatua del señor Smetana junto al Moldava, atravesado por el puente de Carlos IV o Karlův most. |
Lee la introducción si no la leíste. Voy directo to the grano.
La actividad empezó la mañana del mismo día 1, viernes, cuando cogí un autobús para Praga. Llegué a la capital checa a las once y media o cosa así, y nada más bajar de la guagua (ya ni se me hace raro llamarlo así) me reuní con Desiree y Óscar, los dos moañeses residentes en Cracovia con quienes pasaría los siguientes días. No hubo suerte con el couchsurfing, así que tuvimos que ir a un albergue, pero no veas: 3,50 € la noche en habitación de 8 ó 10 camas, y todo tan limpio y agradable y completo como los que cuestan 10 € en cualquier otra ciudad, incluida esa misma. Que tampoco es tan barata, ¿eh? Para un español puede más o menos ser barata, pero nada exagerado, y comparada con Bratislava es algo más cara, diría yo. No es de extrañar, con la cantidad de turistas que tiene; una locura, incluso comparándola con otras ciudades en principio súper turísticas como Budapest o Viena. Y todas las tiendas llenas de matrioskas, que nada tienen que ver con Chequia, y de gorros con la estrella comunista. Supongo que un alto porcentaje de los turistas consideran que al entrar en el país ya están en la URSS, y los de las tiendas de recuerdos se aprovechan de eso. En una tienda vi incluso una matrioska con dientes, como la del cartel del Museo del Comunismo.
No recuerdo el orden de nuestras actividades, así que las contaré un poco aleatoriamente. Lo que sí recuerdo es que tuvimos un tiempo bastante malo: frío, mucho viento y algo de lluvia. Aun así caminamos bastante, que para eso habíamos ido. Visitamos lo típico: la plaza principal, el puente Carlos sobre el Moldava, el castillo, etcétera. Al castillo no entramos porque hay que pagar cada baldosa que pisas por separado, como quien dice, así como por entrar en no sé qué calle antigua y cosas del estilo. Soy consciente de que no lo estoy contando de manera muy atractiva, pero la verdad es que el mal tiempo no permitía disfrutarlo tanto como nos gustaría, y sinceramente tampoco recuerdo mucho; pero volveré ahora en primavera, o eso pretendo. Con el solcito y eso.
Visitamos dos museos. Uno fue el de Karel Zeman, un checo creador de efectos especiales para el cine en la época en la que hacía falta principalmente imaginación. (No quito mérito a los que hacen efectos especiales actualmente, porque eso que dicen muchos de
Il commendattore del Don Giovanni de Mozart |
Nos hicimos un fri gualquin tur. No sé dónde empezó la idea esta del free walking tour, pero lo hay en muchas ciudades: se trata
Staroměstské náměstí con las torres de Sauron al fondo |
Una noche fuimos a un pub donde tocaba un grupo local llamado Irish Dew, los moañeses probaron la Kofola, y aquí se acaban las anécdotas. El domingo 3, tras unas cincuenta horas aguantando frío y viento y una visita relámpago al Museo de la Guerra, que es gratis y queda cerca de la estación, cogimos un autobús para una ciudad algo más cara.
"¡Isto é o gorrocóptero!" |
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