Wednesday, May 10, 2017

Bogrács en Tata

Cseke-tó, 6·V·2017


Tanto mis compañeros de la oficina como yo vivimos en Budapest (al menos durante la semana), a excepción de una persona: Orsolya, Orsi para los amigos (y Úrsula para los clientes), que vive en un pueblo más al norte llamado Tata y que se chupa hora y media de ida y otro tanto de vuelta cada día. Muchas veces salimos de fiesta toda la panda, pero como ella siempre falta por lo lejos que vive, el mes pasado nos dijo: el 6 de mayo os venís toda la montaña a mí. Y eso es lo que hicimos este sábado.

El plan era más bien vago. Vago para los invitados, porque Orsi tuvo que comprar previamente la comida y preparar una tarta cuajonuten; pero luego simplemente pasaríamos el día en el bar con terracita, propiedad de amigos suyos, que está junto al lago Cseke, pronunciado cheque, como el del portador. La comida fue carne de ciervo preparada en bogrács. Bogrács se pronuncia «bógraach» y consiste en un caldero que cuelga de tres palos con una cadena, muy enxebre, aunque este era de diseño minimalista escandinavo y en lugar de tres palos tenía uno solo en forma de L:



Los primeros en llegar fuimos Ángela y yo, que cogimos el tren de las 10:20 en Keleti. Supuestamente era el rápido, porque hace menos paradas y tarda sólo 45 o 50 minutos, pero fue acumulando retraso y llegó sólo 15 minutos antes que el lento, en lugar de 40 minutos antes o así que debería llegar. Por supuesto, el rápido es más caro, y encima, más incómodo: es viejo, tiene el horrible formato de compartimentos, que el primer día te parece guachi y de película pero a la tercera pierde la gracia porque te das cuenta de lo incómodo que es, y tiene también plataforma alta con escalones estrechos, lo que, unido a que se le cerró la puerta mientras estaba saliendo, provocó que Ángela se cayera de bruces y se hiciera daño en una pierna, no se pudiera levantar del suelo en 10 minutos (aunque la levantáramos el señor de la estación y yo no se podía tener en pie), tuviera que estar sentada otro tanto y luego tuviera que caminar con dolor y a paso de tortuga el resto del día. Por suerte el plan era, como hemos dicho, vago y de sentaos.

Orsi nos saludó con una enorme sonrisa desde el otro lado de la valla de la terraza. Casi a la vez que nosotros llegaron Javier y Lívia con Julián, su chaval de año y medio o dos años, que como corresponde a su edad, no para quieto salvo cuando duerme, aunque por suerte se porta bien. Tras la primera cerveza, el primer cacagüés y el primer chupito acompañé a Javier y Lívia al hotel donde se iban a quedar esa noche, para aprovechar y pasear más el domingo. Según salíamos llegaban Ákos, Edwin, Juan y Conejo. El bogrács ya estaba en el fuego, pero aún le faltaba bastante, nos dijeron.








Entre que fuimos al hotel, que Julián caminaba despacio y quería jugar con cuanto perro se encontraba, que Javier y yo íbamos de cháchara y perdimos a Lívia y a Julián y encima nos pasamos de largo, dimos vuelta, llegamos al hotel, dejaron unas cuantas cosas, nos sentamos un rato y emprendimos el camino de vuelta, tardamos casi dos horas y pensé que todos estarían comiendo ya o habrían comido; eran como las tres o tres y media. Pero no. Al ciervo le faltaban dos horas aún. Dos... horas. Eso significó más cervezas, más cacagüeses y más chupitos, por supuesto. A mí Orsi me ofreció una «cerveza» de ciruela que no sabe nada a cerveza y está riquísima. Los chupitos no los probé porque el pálinka y yo no nos acabamos de entender. El pobre Conejo tenía una muela del juicio que le dolía; Javier y Juan le recomendaron que se enjuagara con medio chupito de pálinka, consejo que siguió como si no los conociera, y todos pudimos deleitarnos con las caras graciosas que puso a continuación. En este rato llegaron Aleix y su novia Zsuzsi, a quien creo que ninguno conocíamos. Yo no, al menos. Los últimos fueron Jose y su mujer, Teri, que se traían a toda la prole: tres criaturas de entre 3 y 10 años que mezclan español en sus variantes venezolana y argentina con húngaro sin preocuparse demasiado.

De ahí a poco se puso a llover, sin mucha fuerza pero suficiente para mojarse, así que entramos al interior del bar. Sobre las cuatro y media o cinco estábamos comiendo el ciervo con patatas asadas y pan de bolla, también conocido como «pan de Rairiz» en algunos círculos selectos de la sociedad europea. A todos nos gustó, aunque Orsi no quedó convencida, le faltaba algo. En mi opinión, tejföl, ingrediente que hace ganar enteros a todos los estofados; tejföl, crema agria, sour cream, smetana, smotana, Schmand, Sauerrahm, llámala como quieras, sabe a yogur natural. En Centroeuropa los platos de este tipo (estofados, cocidos, potajes, incluso algunas sopas) suelen ser bastante fuertes, y el tejföl los suaviza y les da un toque delicioso, a mí me encanta.








Acabada la comida fue la hora del campeonato de ping pong. Varios jugamos sin saber y por las risas, Edwin estaba súper entusiasmado y juega bien, Jose le pega bastante, pero el que se los comió a todos con patatas fue Ákos, que después de un año de conocerlo nos sigue sorprendiendo a cada rato con una habilidad nueva, es la leche el hombre. A tej a férfi. Mientras tanto, Orsi nos traía tarta como para un regimiento, y Ángela estaba desaparecida. Regresó una hora y pico más tarde: se había echado una señora siesta en un banco junto al lago. Nos la encontramos Edwin y yo cuando ella volvía y nosotros salíamos a dar un paseo alrededor del Cseke-tó. Le gustó la idea y se nos unió, al igual que Juan y Conejo. Os dejo unas fotos para que sepáis qué hay que visitar en Hungría además de Budapest.








Un rollo turco porque aquí hubo turcos durante varios siglos


Caronte




Como diría Edwin, «hice un pocue fotos». Rodeamos el lago y cuando volvimos al bar, como habréis adivinado por las imágenes, ya se había puesto el sol. Tanto Aleix y Zsuzsi como Jose y familia se habían ido antes de nuestro paseo; los que quedaban estaban de leria alrededor de una de las varias mesas con tejado y bancos que hay en la terraza. Al poco llegó Miguel, que llevaba todo el día trabajando (turno de 6:00 a 18:00) pero no quería dejar de pasarse un rato por lo menos, aunque pasara más tiempo viajando que en Tata. Los invité a todos a un chupito de tatranský čaj —[tátranski chai], té de los Tatras—, especialidad eslovaca de 52º, delicioso sabor y, debido a estas dos características, alto peligro. Especialidad eslocow. Llegadas las nueve y media, Javier y Lívia enfilaron hacia el hotel, y el resto de los que quedábamos, hacia la estación, donde un tren lento pero maravillosamente moderno nos recogió para llevarnos a casa.

2 comments:

  1. Na próxima visita que che faga, temos que facer máis turisteo periférico. As fotos do lago no solpor parecen cadros de Monet (Impresión Sol Nacente), preciosas. Un bico enorme!

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  2. La verdad es que el sitio es precioso, no sé por qué tiene que estar Caronte ahí, estará buscando a algún turco rezagado:)

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