Showing posts with label Experiencias vitales. Show all posts
Showing posts with label Experiencias vitales. Show all posts

Wednesday, February 28, 2018

El ventilador y los pobres de la calle Ó


Todo el mobiliario que contiene mi habitación y que me pertenece a mí (no al casero) procede de los grupos de compraventa de Facebook o del Milanuncios húngaro, a excepción de la silla sobre la que ahora mismo se hallan mis nobles posaderas, que la encontré en la calle con un cartelito que decía elvihető («llevable», digamos). Entre los aparatos que pertenecen al casero se encuentra un ventilador que, aunque funciona y es de gran utilidad en verano, está de un destartalado que da pena y se desmonta y se le cae la parte de arriba. Así que, cuando me topé con un ventilador bonito y barato en uno de esos mercadillos internáuticos, decidí que era momento de agenciarme uno propio antes de que me haga falta y se rompa el viejo y luego suban los precios o la demanda porque es temporada alta de ventiladores. O el casero me pida cuentas, pero eso no creo que pase.

De verdad que está hecho un desastre

Total. Que hace dos sábados tenía que ir a buscar mi nuevo ventilador a una calle de nombre muy gracioso que se llama calle Ó. Además, tenía que hacer un recado que me había pedido Enzo en la misma calle, así que una vez tuve el ventilador en mi poder eché a andar calle Ó arriba, corta caminata durante la cual, involuntariamente, le di un par de golpes a la parte inferior del cacharro, que iba detrás de mí y no controlaba bien. Tras uno de esos golpes me di cuenta que, de las cuatro patas que tiene, a una de ellas le faltaba el «zapatito» gris que protege la punta y que tiene un chisme de plástico para apoyar en el suelo. Miré atrás: sólo había tres señores con aspecto de sintechos conversando entre ellos (si les tienes miedo se llaman áporos y por eso tienes aporofobia) y algún que otro desecho tirado en la acera. Refunfuñé y seguí mi camino, porque estaba cerca de mi meta, con la idea de volver sobre mis pasos posteriormente.

Hecho lo que tenía que hacer, deshice el camino andado mirando al suelo con atención, en dirección a los señores. La acera es estrecha y dos de ellos estaban sentados en el escalón de un portal, mientras que el tercero estaba apoyado en un coche aparcado, por lo que tuve que pasar por en medio de ellos, y en ese momento, uno de los que estaban sentados me habló en húngaro. Miré para él y me dijo algo más, pero al ver mi cara de confusión, me preguntó:

—¿Es usted húngaro?

Le respondí, siempre en su idioma:

—No.

—¿Bla bla bla bla nem?

Tessék?—pregunté.

Eso significa perdón. El otro que estaba sentado miró para el primero, luego a mí y a él de nuevo, y repitió con desconcierto:

Tessék!

El primero repitió:

—Que si no es húngaro, que cómo sabe decir nem.

—Porque algo de húngaro sí que sé.

Aclarado este punto, me empezó a hablar de la pata del ventilador y del golpe que le había dado. Es llamativo, porque lo habitual en esta situación es que me pregunten de dónde soy, o por qué sé ese algo de húngaro, o al menos que digan «aaah» con curiosidad y haya un instante de silencio antes de cambiar de tema; sobre todo si hay caras de desconcierto y demás. Pero no, este señor pasó directamente al grano. Con todo, lo que pasó a continuación no me lo esperaba: los tres se pusieron a buscar mi zapatito gris por los alrededores, incluso tumbándose para mirar debajo de los coches. ¿Ves algo?, no, yo no veo nada, creo que el golpe se lo dio contra esta esquina, a lo mejor se le había caído más atrás, no, debajo de ese coche ya miré yo. Al final no lo encontramos. Le pregunté al portavoz de los señores si habían visto el zapatito caer, y me respondió que no, que sólo habían oído el golpe. Le di las gracias y le dije que iba a seguir buscando por donde había pasado, y antes de irme me aseveró, muy solemnemente y mirándome a los ojos:

—Si lo encontramos nosotros, te lo guardamos.


Aunque nunca llegué a encontrar la pieza, me fui de la calle Ó muy agradecido y pensando cómo otra gente, o yo mismo en otras circunstancias, habría hecho caso omiso cuando un señor con aspecto de pobre sentado en el suelo le empieza a hablar; y acordándome de tantísimos extranjeros que rehúsan aprender húngaro (la mayoría de los que conozco), llegando incluso a reírse ante semejante idea. No fue una situación tan especial tampoco, pero no suelo comunicarme con gente tan distinta a mí, y con tantos prejuicios y miedos que tenemos en la cabeza no se para uno a pensar que personas que parecen poco fiables sean las más educadas y atentas del mundo en un momento dado; llegando incluso a tratarme de usted, cosa poco frecuente en mi experiencia.

~ ¿Y de qué te sirvió el húngaro? ¡Te quedaste sin zapatito igualmente! ~

Tuesday, January 24, 2017

2016 en retrospectiva

Escribí esta entrada en dos veces. Por esta razón, hay alguna incoherencia en tiempos y fechas. Mes excuses.

Me acaban de informar de que ya se terminó el 2016, y aunque me pilló desprevenido, mi genialidad brilla incluso en horas bajas y al momento se me ocurrió la idea más original del mundo: echar la vista atrás y comentárselo a todo internet, que no quedará tranquilo hasta que esto aparezca publicado. Como en realidad sólo hace dos entradas de la última retrospectiva parcial, que fue la de mayo, pasaré por el principio rápidamente.

Llegué, como sabéis, hace un año y dos días. Es muy fácil de recordar, porque llegué de noche, y la siguiente noche ya fue fin de año. Primero estuve tres meses trabajando en una oficina. El último día de marzo que trabajé, mientras preparaba la maleta para irme el fin de semana a Helsinki, me llamaron para decirme que ya no volviera más por esa oficina, que el lunes tenía que ir a otra. En Helsinki conocí en persona a Olga, Maximilian, Delphine, Tero y Mikkel (más su colega Fredrik), cinco personas que conocí a través de Moonsorrow y con las que llevaba años hablando (sobre todo Delphine), más Julia, a la que ya conocía desde York; precisamente coincidimos todos allí por el concierto de presentación de su más reciente disco y primero en cinco años, lo cual era kind of a big deal y mereció también mi primera crítica en nosecuántos años. Decidí ir a Helsinki porque anunciaron la gira completa y no pasaban por Budapest ni anywhere near, así que me dije PUES PUES PUES VOY YO. Y estoy muy contento de que haya sido así: no sólo vi el concierto y conocí a toda esta gente que ya conocía, sino que también tuve oportunidad de ver a Ida y a Leo (no el argentino) y de conocer a la hija de ambos; y de comprar una revista en la que salimos Leo (sí el argentino) y yo, aunque nos costó horrores encontrarla porque la tenían agotada en todas partes. Moonsorrow'sta on tekeillä dokumenttielokuva!

Inferno 3/2016, sold out. Así es como llevamos
el rompeolas de Baiona a la prensa finlandesa.

Cuando volví a Budapest y fui al nuevo proyecto al que me habían cambiado, encima de estar cabreadísimo con el cambio me encontré con que el proyecto era un caos en el que nadie sabía nada, ni siquiera los jefes, y la gente llamaba enfadada porque no se estaba haciendo lo que se tenía que hacer y llevaban semanas esperando por cosas normalmente muy simples. En ese momento era todo nuevo. Poco a poco fuimos aprendiendo a hacer las cosas, fue entrando más gente (al principio éramos unas 10 personas en la oficina, ahora 19, y se nota que no veas) y todo se fue estabilizando. Aunque el proyecto anterior sigue siendo mejor en casi todo, al menos en este ya no dan ganas de tirar la mesa de una patada y salir por la puerta, e incluso las jornadas de más trabajo suelen ser relativamente llevaderas. Otro inconveniente es que esta oficina está en otro edificio, más lejos de casa, desventaja contrarrestada por el hecho de que ahora leo un montón in itinere. Por cierto, que según escribo esto, son las 4:13 AM del 1 de enero y estoy en la misma oficina a la que llegué de morros el 4 de abril...

Decía en mayo que me tenía que mudar. Efectivamente, en junio, un par de días antes de irme a Finlandia, nos tocó mudanza. Balázs y yo buscamos piso juntos desde el principio, no nos planteamos ni irnos por distinto lado ni juntarnos con una tercera persona; dos está bien. El piso que encontramos, como suponíamos, es más pequeño y más caro que el anterior, porque el anterior era una ganga y el casero, un tío súper atento, honrado y nada tacaño. Con todo, el tamaño de las habitaciones sigue siendo bastante grande, y yo incluso prefiero esta, porque la anterior, aunque su extensión era mayor, estaba peor distribuida por culpa de un mueble gigantesco que no se podía mover. Ahora, en su lugar, tengo dos armarios tamaño armario que pude ubicar a mi manera para dejar espacio para el sofá, la mesa y la estantería hipermolona que compré sin superposiciones. Y sigue quedando suficiente espacio libre para un colchón hinchable biplaza que también compré para las visitas, del que ya hicieron usufructo unas cuantas. El precio sigue siendo asumible, el casero nuevo no es malo, y la ubicación es incluso mejor que la anterior, aunque echo un poco de menos el edificio tan bonito en que vivíamos antes. Pero este es mucho más cálido, que al final es más práctico. El gas que derrochamos en la chatarra de calentador y de fontanería que tenemos lo ahorramos en calefacción.

Todavía estaban todas las cajas por los suelos cuando me fui a Finlandia a rodar el documental Home of the Wind. Fui el primero en llegar al aeropuerto de Helsinki, aproximadamente una hora antes que Pillau, el director de fotografía, un tío que sabía todo sobre cámaras y nada sobre Moonsorrow. Esa noche dormimos los dos en casa de Nikky, la fotógrafa del equipo; a la mañana siguiente fuimos a alquilar el coche y la cacharrada cinematográfica, hacia mediodía llegó Leo, el director, y el último fue Alexis, técnico de sonido, otro fanático del grupo como yo e incorporación de ultimísima hora (imagínate que se está gestando un proyecto que te mola a rabiar sobre una de las cosas que más te gustan del mundo y te dicen: oye, empezamos en quince días, ¿te apetece venirte? Pues eso le pasó a él). Puedes leer una crónica de los primeros días en el blog que abrí a tal propósito. Las siguientes dos semanas las pasamos durmiendo cuatro personas en una cama de matrimonio y un sofá-cama en un pequeño apartamento no muy alejado del centro de Helsinki, y grabando entrevistas en la ciudad y alrededores, incluyendo muchos bosquecillos (para ver bosquecillos en Helsinki ni siquiera hay que irse a ningunos alrededores, pero bueno, nosotros fuimos varias veces) y una isla a la que Mitja nos llevó en barco y en la que tuvimos una de las mejores sesiones. Además él trabaja en televisión y sabe perfectamente cómo elegir ubicaciones y enfoques y cómo funciona todo en este campo. Vivimos días larguísimos, literalmente, porque la noche se quedaba a medio cerrar y a las tres de la mañana se arrepentía y se ponía a amanecer otra vez. El colofón del periodo de producción del documental fue una «noche» en Oulu, a siete horas al norte de la capital y en el borde del círculo polar, ciudad en la que Moonsorrow tenía programado un concierto en el festival Jalometalli el segundo fin de semana. Escribo «noche» entre comillas porque no hubo tal cosa: un día lluvioso en tu ciudad es más oscuro que el cielo de Oulu a las 0:15 AM, que es exactamente la hora a la que saqué esta foto.

Nightless night

El domingo nos comimos otras siete horas de coche para volver a casa, el lunes recogimos todo por la mañana, devolvimos coche y equipo y al llegar al aeropuerto me despedí de mis compañeros. En el viaje de vuelta me tocaba hacer escala en Riga, donde pasé una tarde-noche preciosa, y el martes 12 estaba de vuelta en el asfixiante calor de Budapest. La verdad es que no pudimos elegir mejor fecha para pasar dos semanas al fresquito de Escandinavia.

Riga y yo somos así.

Durante el resto del verano no hubo grandes acontecimientos, salvo las visitas de Renars y Marta primero y de Iago y Anabel después. Tras eso, y aprovechando dos días y medio que tuve libres, decidí que necesitaba tomar el aire y despejar la cabeza y me cogí un tren a Serbia, donde pasé un día con Jelena en Belgrado y otro con Jasmina y Nicola en Novi Sad (todo repe). El viaje me sentó bastante bien, y hacía muchísimo que no veía a Jelena, quien me estuvo dando una clase improvisada de yoga mientras veíamos la puesta de sol desde el Kalemegdan. Muy de película todo. Ah, y fuimos a Zemun, donde sólo había estado en octubre del 2009. Curiosidad para quien le guste la historia: desde Zemun se dispararon los primeros cañonazos de la Primera Guerra Mundial, por encima del Danubio y en dirección a Belgrado.

El caloret zemunés

En otoño tuve algunos huéspedes más, aunque tengo pensado detallar todas las visitas en una entrada aparte (lo que puede no suceder nunca) porque fue interesante ver cómo distintas personas hacen turismo de distintas maneras. Yo fui en modo exprés a Madrid para un concierto de Behemoth y Mgła a finales de octubre, con Eddie y Martzel, y un pelín menos exprés a Barcelona para ver a Iosu, a Marta y a Cult of Fire, además de a Barcelona itself, que es muy distinta a lo que me esperaba y me encantó. La penúltima semana del año la pasé con mi familia, por primera vez en todo el año. Se me pasó la semana volando, todo el rato de aquí para allá viendo amigos locales o retornados; no me quejo nada, pero sí que acabé bastante cansado, sí. Y por supuesto me faltaron amigos por ver. Hasta Enzo, al que sólo vi rápido y mal y que ahora ya no me ajunta. Por lo demás, pude constatar que la ciudad sigue más o menos igual, que efectivamente hay otro dinosaurio vegetal más pequeño, que los telediarios siguen siendo una puta basura cada día más infecta y bochornosa e insoportable y —no sin sorpresa— que además ahora cada noticia se compone en un 50% de mensajes de Twitter de famosos. Llené la maleta de turrón, polvorones y libros y me volví a mi ciudad adoptiva. De libros hablaremos en la próxima entrada.

Así de bien Barcelona.

In a more reflective note, tardé unos meses en darme cuenta de que lo que hice fue una emancipación repentina y total. En literalmente un día pasé de vivir con mis padres a ser completamente independiente; tenía ahorros para pasar el primer mes, y a partir de ahí empecé a cobrar un sueldo, así que no me prestaron ni una peseta, porque tampoco me hizo falta en absoluto. De la noche a la mañana me convertí en un adulto de verdad. Sigo haciendo todo lo posible por disimularlo, creo que con éxito.

Por otra parte, empecé a hacerme un hogarcito. Hay un eBay húngaro que se llama Vatera, además hay varios grupos de compraventa en Facebook, y entre una cosa y la otra me fui amueblando la habitación por ná y menos. Lo primero fue la mesa, que me costó 10 €, los altavoces (nuevos) y un monitor que me vendió Balázs para comprarse uno mejor.

Antes
Después

Lo siguiente fue una estantería cojonudísima y como nueva por el irrisorio precio de ~17 €, que entre libros, discos y revistas ya está a la mitad de su capacidad. Luego una silla que encontré en la calle, otra más pequeña y con ruedas que ruedan por unos 13 €, y por último una mesita plegable por el mismo precio. Ah, y me imprimí el cuadro que nos pintó Kris Verwimp para Home of the Wind para enmarcarlo y un par de pósters para la puerta. Todo muy bien, en suma, pero no puedo evitar sentirlo como provisional. No sé cuánto tiempo más estaré en este piso, puede que años, pero es seguro que no va a ser para siempre; entonces, como veo la mudanza como algo ineludible tarde o temprano, no me siento completamente en mi hogar. Siempre queda la duda de «y qué vendrá después». Pero tampoco dejo que eso me amargue, porque no tiene sentido; es obviamente mejor ir haciendo mi día a día lo más cómodo posible, y que vaya viniendo lo que tenga que venir. Curiosamente, no siento esa misma espinita clavada con respecto a mi trabajo, que también sé que no va a durar muchos años. Quizá sea porque veo el trabajo como un medio y la habitanza como un fin. O quizá no. Otro día pienso sobre ello. En cualquier caso, no quiero terminar esta entrada sin una mención de honor a Essi y a su coneja Léni, aquí en posición de vuelo e inminente aterrizaje.

Sí, le falta un ojo, pobriña.
Feliz 2017 a tutti quanti, y gracias por leerme aunque escriba de higos a brevas.

Tuesday, May 31, 2016

Mochila budapestosa permanente (feat. documental de Moonsorrow)

Llevo mucho tiempo sin escribir aquí, porque en los últimos tiempos ha habido unos cuantos cambios en mi vida. Entre otras cosas, como acabáis de comprobar, he empezado a utilizar el pretérito perfecto compuesto esporádicamente. Pero hay otros cambios de importancia e impacto equivalente o superior: empecé a trabajar a tiempo completo (a estas alturas de la película ya iba siendo hora) y me mudé al extranjero.

Hoy cumplo cinco meses viviendo en Budapest, ciudad que los que seguís el blog desde hace tiempo sabéis que no me gusta nada. Llegué la noche del 30 al 31 de diciembre del 2015, con trabajo y piso, todo ello fruto de una serie de afortunadas coincidencias iniciada un par de meses antes. Las razones por la que no publiqué nada hasta ahora son, inicialmente, la novedad y periodo de adaptación; y después, un proyecto que tengo entre manos: un documental de Moonsorrow. Se le ocurrió a Leo y me lo propuso cuando lo visité; desde entonces estuvimos un año y pico de preproducción hablando con gente, viajando, barajando posibilidades, urdiendo planes y preparando cosas, hasta que el día 12 de este mes salió la campaña de crowdfunding en Indiegogo (http://igg.me/at/homeofthewind), que durará hasta el 11 de junio. En unas quince horas sacamos 7.000 €, que no está nada mal. El vídeo, con audio en inglés y subtítulos en inglés y castellano, es así de molón:


Home of the Wind (Moonsorrow Documentary) - Crowdfunding Campaign from Jörmungandr Media on Vimeo.

Todo grabado y montado por Leo, que es un artista de lo audiovisual, y además tuvimos otros cuatro colaboradores que se encargaron de corregir el color, masterizar el audio, componer la música (basada en distintos temas de Moonsorrow) y sincronizar los subtítulos. Es la misma gente que se va a encargar del documental itself. ¿Y yo qué voy a hacer?, os preguntaréis. Pues yo escribí la biografía en la que se basará y voy a ser quien realice las entrevistas. Pretendemos que, además de lo musical, tenga también una cara filosófico-contemplativa, y tanto en lo visual como en lo argumental se le va a dar un tratamiento cinematográfico, aunque la escena de la persecución aún tenemos que madurarla un poco más. Tonterías aparte, lo del tratamiento cinematográfico no es ninguna broma: pretendemos que tenga un leitmotiv, planos un poco originales y todo ese tipo de cosas. Leo es el que sabe de cine.

Volvamos a Budapest. Hablemos primero del trabajo, que es lo que permite lo demás.

Hace cuatro meses yo era un pobre muchacho, un pringadete de un barrio, un currela, un tiradete, un chaval, un fracasado al que una amiga segoviAna (que ya os presenté) le mandó una oferta de trabajo en Budapest: traductor en una empresa de impresoras. Celtas Cortos aparte, tan fracasado no era porque tenía trabajo: un trabajo de pocas horas, perfecto para un universitario... cosa que ya no era. O sea que ese puesto en Budapest me vendría muy bien, y cambiar de aires, también. Ese trabajo no salió, pero fue la chispa que inició el proceso de búsqueda por Europa. Mandé currículums a Hungría, Elovaquia, Luxemburgo (que estuvo a puntito de salirme) y Dinamarca, y busqué en Suiza, pero el único puesto interesante que encontré allí requería ser un gran aficionado y tener muchos conocimientos de fútbol. Para trabajar en la biblioteca de la UEFA, comprensiblemente, te exigen eso. O de la FIFA, no me acuerdo ya. But I digress. Además de mandar mis propias candidaturas, les comenté a un par de personas residentes en Budapest que andaba buscando trabajo, y que me avisaran si se enteraban de algo. No me esperaba nada, porque nada suele pasar en esos casos, pero a los pocos días ambas me pidieron el currículum, y a la semana siguiente recibí un email de una empresa sobre el puesto al que «me había presentado» y que no tenía la más remota idea de en qué consistía. Tras dos procesos de selección paralelos, en el que más me interesó me dijeron: empiezas el 4 de enero a las 9 de la mañana.

Mi trabajo está relacionado con la informática, en un giro del guión que creo que nadie se esperaba. En un principio, también con las lenguas... en cierto modo, porque usaba tanto el inglés como el español, sobre todo el primero. Así fue durante tres meses, de los cuales pasé uno y medio en formación: la empresa no escatima un florín en eso. Lo malo fue que estaba yo tan contento cogiendo carrerilla y sintiéndome cada vez más cómo y suelto en el trabajo cuando, el último día de marzo, me llamaron al despacho de la jefa para comunicarme que, muy a su pesar, había órdenes de arriba para cambiarme de proyecto. No me hizo ni puñetera gracia, porque el proyecto nuevo está en otro edificio que me queda más lejos y es peor en todos los sentidos, porque acaba de empezar y en ese momento era un caos y una improvisación constante. Ahora va mejorando poco a poco. Algunos de mis antiguos compañeros me dijeron que, en el fondo, había tenido suerte, porque el proyecto anterior ya estaba establecido y tenía todos sus puestos cubiertos, por lo que es muy difícil subir; mientras que el nuevo aún lo tiene todo por hacer y me puedo asegurar alguno de los primeros puestos de mini-responsabilidad que vayan surgiendo. Ayer mismo se empezó a hablar de esto, y el jefe me propuso para el control de calidad. Veremos cómo se va desarrollando todo.

Esto es lo que veo todas las mañanas de camino al trabajo.


¿La vivienda? La vivienda también empezó muy bien. Una habitación grande como un campo de fútbol (24 m·m), más grande de hecho que el salón de mi casa back home, con dos camas, estantería enorme, armario y sofá, en un piso compartido con un chaval llamado Balázs, hermano de vuestra vieja conocida Vica y a quien conocí durante mi Erasmus en Eslovaquia, en un par de mis muchas visitas a esta ciudad. En estos cinco meses ya tuve unas cuantas visitas a la gran habitación: en una fecha tan temprana como el 8 de enero ya tenía aquí a Jasmina la serbia; poco después a Isa y Mariña, amiga de la facultad y su amiga; luego a Robert, a quien conocí en un congreso el año pasado; y la semana pasada a Yolanda, amiga ya de más de media vida, y a su hermana Ilina. Todos se quedaron en mi súper habitación, por supuesto, pero el pernoctar se va a acabar, porque la misma semana que me cambiaron de oficina el casero nos dijo que quería vender el piso, cosa que logró la semana pasada, así que ahora tenemos dos meses para pirarnos. Y ni de coña vamos a encontrar un piso tan grande, barato y bien situado como este. Uno de esos tres factores se va a tener que sacrificar. Pero no os pongáis muy tristes, visitantes potenciales, porque lo que estamos mirando de sacrificar es una parte del precio y otra de la ubicación: nos iremos un poquillo más lejos del centro a un piso un poquillo más caro; y quizá un poquitín más pequeño, sure, pero poco más. Tenemos que encontrar un equilibrio entre mi preferencia por la cercanía al centro y la de Balázs por una habitación gigantesca en la que sacarle rendimiento a su proyector y montarse sus fiestas. Con un poco de suerte, no será difícil de encontrar. O sea que, en realidad, el pernoctar aún va a durar. Y por cierto, si te estás preguntando cómo se pronuncia el nombre del chaval este, imagínate lo que contestaría Rajoy si le preguntaras qué disparan las pistolas.

Un intento de foto artística featuring Jasmina.


¿Y qué más? Paso un montón de tiempo con Essi, a veces visitando museos o lugares de la ciudad o directamente otras ciudades, o a veces no haciendo gran cosa. Voy a muchísimos conciertos, sólo en abril tuve cinco o seis, que son los que tenía antes en un año. Como digo siempre, si vine fue por una razón... Es una pena que no pueda ir a muchas más actividades culturales, porque las hacen todas en un idioma probablemente inventado que no alcanzo a comprender. Fui a clases de húngaro, pero lo malo es que duraron sólo dos meses, y el precio es más o menos aceptable para lo que fue pero no es ni de coña para pagarlo todos los meses. Ahora mismo estoy ocupado con el documental; después quizá retome el húngaro activamente del aguna manera, pero de momento sigo aprendiendo, porque la inmersión ayuda y hace muy fácil avanzar, aunque sea despacio. Siempre hay alguien a quien preguntar y por todos lados hay nuevas palabras y construcciones que aprender, constantemente. Lo dicho: inmersión.

Así que así andamos. Adaptándome a algo para que ese algo enseguida cambie, generalmente a peor (qué frase más jovial, ya me está influyendo el estereotípico pesimismo húngaro), pero con filosofía, porque lo que es mal, mal no vivo ni de coña. Tengo todo lo que me hace falta y me las estoy apañando perfectamente para vivir sin cocinar, ¿qué más se puede pedir?


Otra cara de Budapest: art déco auténtico hecho trizas.


No voy a prometer más frecuencia en las entradas, porque pa qué, si al final puede que lo cumpla o puede que no. Una como esta ya la empecé a escribir uno o dos meses, me pasé varias horas dándole a la tecla y al final se quedó en el limbo y empecé estoutra de cero. De vez en cuando hago fotos para subir al Facebook del blog, tengo que ponerme un día a ello. Por cierto, hace poco me fui de fototour por mi barrio, que tiene una arquitectura en verdad sorprendente; tengo pendiente subir un álbum, pero merecerán su propia entrada también. Todo vendrá. ¿Recordáis que aún os debo media Inglaterra de febrero del 2015?

El chiste de Rajoy y las balas llevaba latente más de tres años.


Thursday, September 4, 2014

Back in Centroeuropa 2014 (II)

Mi súper calendario de disponibilidades


No te pierdas la primera parte. Esta segunda también tiene glosario al final.

Vuelvo a estar en un tren, esta vez de Trnava a Bratislava, y son las 12:20 del 3 de agosto. Nos quedamos en la isla Margarita. Después de eso no recuerdo qué hicimos, pero probablemente nada.
---

Hola de nuevo. Como veis, el otro día no escribí una mierda, porque el viaje fue más corto de lo que esperaba. Ahora estoy en el tren contrario al primer día que escribí, c’est-à-dire, Bratislava-Budapest. Pero no adelantemos acontecimientos.

Así que seguimos en la isla Margarita. Además de bicicletear, estuvimos un rato viendo la fuente luminoso-musical que allí hay. Cuando nos fuimos de la isla ya volvimos a casa y no hicimos nada más. A la mañana siguiente decidimos dar un paseíto por Városliget, el parque municipal, que queda cerca de casa de Essi y lo echaba de menos; ella a mitad de paseo se tuvo que ir, y en el rato que estuve solo fui a ver el museo de la locomoción emplazado en dicho parque, museo que resultó ser bastante más grande de lo que me esperaba, a consecuencia de lo cual tuve que verlo a fume de carozo, y... Vale, confieso que esa no es toda la verdad. Como siempre que entro en un museo, me tiré dos años en los primeros cinco metros y luego sí que tuve que andar a correr. Ayudó a evitar la tentación de demorarme más el hecho de que casi todo está escrito solamente en húngaro. Más tarde me dirigí a Kodály körönd, me reuní con mi compañera de budapésticas fatigas y tiramos hacia la zona de Deák para comer y, posteriormente, reunirnos de nuevo con Andrea y Balázs.

A ver si encuentras la mochila.

(Si no ves el resto de la entrada, pincha en "Read more".)

Wednesday, August 13, 2014

Back in Centroeuropa 2014 (I)

El palacio de Buda (el Palota para los amigos), desde el río

Son las 9:54 del día 30 de julio de 2014 y escribo esto en un tren que me leva, me leva de Budapest a Bratislava. ¿Se puede ser más feliz? Lo que en esta entrada refiero es más que nada un compte-rendu, o an account, o como rayos se diga en castellano, de mis viajes desde que salí de casa el día 22 hasta hoy, sin entrar en grandes análisis o anécdotas. O a lo mejor en alguno sí. Como voy a meter muchas referencias culturales que quizá no conozcáis (como tampoco las conocía yo antes de llegar a esos sitios), al final de esta entrada adjunto un glosario.

El martes 22, como digo, salí de casa con la sonrisa puesta y los ojos aún somnolientos para coger el tren a Madrid de las 8:15. Dormí un rato, leí otro rato, y a las 14:40 llegué a Chamartín, donde no tardó en reunirse Enzo conmigo. Fuimos a comer a un sitio cutrísimo, hablamos un rato de nuestras cosas y poco más tarde nos despedimos porque él tenía que hacer nosequé, así que yo me cogí el cercanías hasta Barajas (perdón: Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez). Espera, facturación, embarque, despegue, oídos taponados, húngaro por los altavoces, ciruelas de merienda, y a las doce de la noche estaba una vez más en el aeropuerto Liszt Ferenc, desta volta con mi amiga Essi, a la que quizá recordéis. Llegamos a casa, cenamos y estuvimos de cháchara hasta las cuatro o cinco de la mañana poniendo música de Mike Patton y contándonos nuestras penas. Al día siguiente, tras levantarnos a las tantas y desayunar a la hora de comer, salimos a pasear. Lo de levantarse tarde puede parecer un derroche de tiempo, y disculpad la aparente chulería, pero estuve en Budapest las veces suficientes como para que me dé igual. Fue un paseo turístico sin originalidad ninguna, pero ¿quién se cansa de ver Andrássy út, Szabadság tér, el Parlamento o el Lánchíd aunque sea mil veces? El Parlamento estaba esta vez más limpio que nunca y, creo que por primera vez en mis muchas visitas, sin andamios en ninguna de sus partes. La plaza de detrás está completamente renovada, ahora te puedes acercar más, y la gran novedad es que ahora se puede caminar por delante del edificio, entre éste y el río, zona que antes estaba limitada al tráfico rodado. Hacía solete y estaba precioso todo. Comimos un kebab en plato, que ya lo echaba un poquito de menos, y para redondear la tarde, Essi me invitó a un té con gominolas que hacen en un sitio llamado Bubble Tea. Parece que es un concepto que se está poniendo de moda por allí; días más tarde encontré otro similar en Bratislava.


Ez a tea gominolaval!
 (Si no ves el resto de la entrada, pincha en "Read more".)

Sunday, February 9, 2014

Música que hace odiar

Las puertas del Averno

De vez en cuando escucho ciertas formas musicales que se podrían llamar agresivas o violentas. Música muy extrema, incluso dentro del espectro de la música extrema. Hay varios motivos que me pueden llevar a escucharla, dependiendo del momento. Uno de esos posibles motivos es la mera fascinación que me suscita el comprobar la rabia y desprecio que se pueden evocar usando exactamente los mismos instrumentos que tenían los Beatles. Por un lado, la música en sí (no por ruidosa, sino por lo que ese ruido envuelve y que un oído poco curtido, espantado, pasaría por alto) puede rezumar un odio y una inquina que hielan la sangre, y tiene tanto mérito por ello como el pintor que plasma la mueca más terrorífica o el actor que interpreta de manera creíble al personaje más malvado. Por otro, las letras: iracundas, blasfemas o directamente destructivas, contra todo y contra todos. Sin embargo, a pesar de todo esto y de lo feo que pueda sonar, sólo hubo un día en mi vida en que una forma de música me hizo sentirme verdaderamente violento; y dicha forma de música no era metal extremo, ni nada que se le asemejase ni en forma, ni en concepto, ni en nada.

El único momento de mi vida en el que la música me hizo sentir odio, ira, agresividad, deseo de destruir y hacer daño, fue durante un concierto de un grupo alegre y bailongo llamado Balkan Fanatik.

La noche del 8 de septiembre del 2012, por razones diversas, yo era feliz. Estaba eufórico, incluso. Me hallaba en Buda, la mitad occidental de Budapest, en una larga calle del distrito XXII que, con motivo de una fiesta del vino que se celebraba ese fin de semana, estaba llena de puestos y tenderetes y se veía muy animada. En un recinto que había a un lado habían montado un escenario en el cual estaba a punto de tocar ese grupo cuyo nombre, por si acaso aparece mágicamente tras varias menciones, prefiero no repetir. Suponía que no iba a ser mi estilo de música, pero me daba igual porque tampoco es cuestión de ponerse quisquillosos: ya que estaba en una fiesta de barrio, pues vamos a ver qué ponen, hacer un poco el saltimbanqui y pasarlo bien un rato sin darle más importancia a lo que suene o deje de sonar. Mi actitud era la mejor posible, y las primeras canciones incluso me resultaron hasta cierto punto agradables, con arreglos porreros pero con algunas melodías que dices: vale, me lo trago. Pero luego salió un rapero, el del teclado empezó a hacer cosas chungas, se fue la violinista y poco a poco aquello se fue convirtiendo en una especie de mezcla de reggae con rap y con techno duro pastillero y qué sé yo qué más. Tengo un diccionario en casa, bastante antiguo ya, en el que esa misma descripción puede encontrarse junto a la entrada abominación, sustantivo femenino. Al principio pensaba: esto ya no mola. Luego: esto se está haciendo cansino. Después: por dios, que se acabe de una puta vez. Imagínate qué cara debía de tener yo en ese momento, y juro por Raunioilla que esto es verdad, que descubrí a dos tíos que estaban cerca mirándome y riéndose, y al ver que miraba para ellos, uno vino hacia mí, se puso a mi lado y se sacó una autofoto conmigo, ante mi total pasividad e inacción, antes de darme las gracias, sacudirme la mano y volver con su colega.

Sí, ya sé, acabas de buscar al grupo de marras en el Youtube y no te parece para tanto. A mí, en frío y racionalmente, tampoco, pero aquella noche mi mente no era ni fría ni racional, por lo visto, y llegó un momento en que ya no pude más. Tenía razones para estar allí, otherwise probablemente ya no me habría quedado ni dos canciones, pero llegado un punto, habiendo aguantado hora y poco, más de la mitad de lo cual había sido un suplicio, la fuerza de esas razones fue pulverizada por aquella blasfemia expulsada de las entrañas de Satán y, como alternativa a empezar a hostias contra todo lo que se moviera y lo que no, eché a correr. A correr como un poseso. Tenía ganas de destrozar, de vapulear, de herir; necesitaba cansarme, agotarme hasta no poder con el alma, expulsar todo ese apocalíptico veneno que me… envenenaba. Mientras corría calle arriba y calle abajo –pues tampoco quería alejarme mucho de la zona– me acordé de que tenía el cacharrín de mp3 en la mochila y decidí ponerme lo más parecido que tuviera a esa música maligna que mencioné anteriormente; tras una o dos canciones, comprobé que Emperor no me estaba funcionando. Probé con algo más enérgico y de ritmo machacón, pero Sabaton tampoco resultó de ayuda. Yo seguía corriendo. Nunca corrí tanto cansándome tan poco, tal era la cantidad de adrenalina que tenía acumulada. Al concierto ya no le faltaba mucho, quince o veinte minutos; al poco de terminar, cuando la gente ya salía del recinto y volvía a inundar la calle, decidí que, definitivamente, ya no había nada por lo que yo debiera quedarme en ese sitio, y enfilé la calle de los puestos cuesta arriba, confiando en que mi pobre sentido de la orientación sería suficiente para llevarme a una cama en la que pudiera olvidarme de que esa noche alguna deidad primigenia decidió ponerme a prueba desatando a mi alrededor un infierno de chunda chunda rapero.