Wednesday, September 19, 2018

Un cierto fluido rosa



Llevo todo lo que va de 2018 loco con Pink Floyd. No sabría decir exactamente por qué ni cómo empezó este repentino entusiasmo, pero a finales del año pasado me dio la venada y me compré una caja recopilatoria con todos los discos de estudio. En el momento de comprar la colección había algunos álbumes que conocía muy bien (los más famosos) y otros de los que no reconocía ni un título de la lista de canciones. Por eso, mi intención era escucharlos todos por orden cronológico, pero esta vez empapándome bien de cada uno antes de pasar al siguiente, descubriendo todos sus detalles, que intuía que serían muchos, y disfrutándolos con calma, como hacía cuando era pequeño y los únicos discos que había a mi alcance eran los de mi madre y los que le cogía prestados a mi primo.

Enseguida descubrí, para mi asombro, que Pink Floyd es muchísimo más que esos quince álbumes. De hecho, si te quedas en las grabaciones de estudio, no llegas ni a la mitad de Pink Floyd, lo cual descubrí gracias a una gigantesca caja de cajas que editaron hace muy poco, además del interminable y fantástico mundo de los bootlegs. Hay canciones que tocaron en conciertos durante años y nunca aparecieron en sus álbumes, salvo algún recopilatorio por ahí perdido. Tienen singles que grabaron en los primeros años en un estilo musical muy distinto, que recuerda más a los Beatles que a otra cosa. Hicieron dos suites conceptuales, al estilo de las existentes en la música clásica (tales como Peer Gynt de Grieg o Los planetas de Holst), tituladas respectivamente The Man, que describe 24 horas en la vida de una persona cualquiera, y The Journey, un viaje imaginario por paisajes fantásticos. Fueron pioneros en el uso del estéreo cuadrafónico en directo, que la gente se quedaba flipando al oír cosas que daban vueltas a su alrededor (¡era 1969!). Hicieron bandas sonoras para películas, algunas completas, otras parciales. ¡Hicieron una pieza para la retransmisión en directo del aterrizaje del Apollo 11 en la Luna! Hicieron una colaboración con una compañía de ballet francesa. Hicieron mil y un experimentos en el estudio. Y lo más importante: cuando tocaban en directo, las canciones se transformaban por completo. Nunca dejaban de desarrollarse. Si componían una canción, empezaban a tocarla en conciertos, cada vez iba cambiando un poco, cuando entraban en el estudio la grababan como estuviera en ese momento (o como mejor les conviniera para el disco), pero luego seguía desarrollándose en más y más conciertos. Al final, si escuchas una misma canción la primera y la última vez que la tocaron, te encuentras con que reconoces la melodía principal y con que el principio y el final más o menos coinciden, pero por el medio puede suceder cualquier cosa, y puede durar cualquier cantidad de minutos. Es increíble la capacidad que tenían para llevar un tema de paseo por donde les daba la gana, darle vueltas, acelerarlo, ralentizarlo, añadirle intensidad, quitársela, y finalmente traerlo de la manita hasta donde querían.

Como decía más arriba, voy despacio, mucho más desde que descubrí que para pasar de un álbum al siguiente tengo mil horas de material en el medio. A día de hoy, pasados nueve meses, aún voy por el Meddle, cuyo celofán mantuve intacto hasta hace dos semanas. Pero eso sí: de los cinco anteriores ya te puedo tararear todas las canciones, explicarte las letras y contarte anécdotas de su composición y grabación, además de enumerarte todas las grabaciones que se quedaron por el camino y decirte dónde las puedes encontrar para que las disfrutes tanto como lo estoy haciendo yo.