Saturday, October 21, 2017

Viaje relámpago a Helsinki



Hoy me levanté con ganas de contar mi último viaje a Helsinki, que fue muy espontáneo todo, y con la misma espontaneidad me pongo a escribir.

Había visto a Moonsorrow en Sevilla el 18 de febrero y de paso me había quedado unos días para conocer la ciudad y ver a unos amigos. A continuación tenían una pequeña gira por Finlandia a la que realmente no procedía asistir, porque acababa de verlos, acababa de viajar, etcétera. Tampoco me importaba demasiado. La primera parada de esa gira era Tampere, y tanto Leo como Pillau, director y cámara del upcoming súper documental Home of the Wind, estarían allí para obtener algo de metraje de camerinos, que apenas teníamos, grabar el concierto por si nos puede servir de algo y hacer una última entrevista con Henri Sorvali en su casa. Enorme envidia, por supuesto, pero me tocaba perdérmelo y lo tenía asumido. Sin embargo, al acabar el concierto me enseñaron el repertorio y me quedé ojiplático:

Sankarihauta
Kylän päässä
Raunioilla
Jumalten aika
Ruttolehto
Suden tunti
Mimisbrunn
Ihmisen aika
--
Tuulen koti, aaltojen koti
Aurinko ja Kuu

A muchos de los presentes no os dirá gran cosa, pero a mí me decía que estaban tocando «Mimisbrunn» por primera vez, que de la canción 4 a la 8 es el último disco entero, que nunca había visto «Aurinko ja Kuu» en directo y que «Tuulen koti, aaltojen koti» (canción que da título al documental) tampoco, y encima es rarísimo que la toquen. Esto fue el 2 de marzo. Un par de días más tarde me puse a mirar vuelos en Skyscanner, porque total qué se pierde por consultar. Los precios eran sorprendentemente asequibles teniendo en cuenta que sólo faltaba una semana. Llamé al guitarrista Janne, que estaba en una furgoneta volviendo de Joensuu con el resto del grupo, para preguntarle si en Helsinki iban a tocar lo mismo: afirmativo. Miré el horario del trabajo, vi que no había conflictos, me pedí el viernes 10 libre y compré los billetes, con cinco días de antelación. Un rato más tarde fui a ver a Accept y Sabaton cerca de casa. Se vive bien aquí.

Esa semana trabajaba de noche, de 22.00 a 7.00. No recuerdo muy bien cómo hice, pero imagino que fui a la oficina el jueves 9 por la noche con todo el petate, al acabar el turno probablemente bajé a la relax room a echar una soneca, y luego al aeropuerto, que despegaba a las dos del mediodía o cosa así. Hacía escala en Riga, aunque esa vez no bajé a la ciudad porque no me compensaba por el poco tiempo de que disponía. Hablé con mi amigo Maximillian el alemán, que supuestamente iba también con su moza, pero les cancelaron el vuelo por una huelga o un rollo así y supongo que se cagaron über alles. Un poco con los huevos de pajarita, me acerqué al mostrador de Air Baltic para preguntar por la huelga: no afectaba a mi vuelo. Me relajé otra vez, di unas cuantas vueltas por la terminal esperando a que llegara la noche, una tipa intentó venderme una crema exfoliante de ciento y pico euros y me habló con tono ofendido cuando le dije que no, cuando oscureció me tumbé en unas butacas de la sala de espera y dormí... lo poco que pude. Al fin y al cabo, venía de pasar cuatro noches despierto.

Por la mañana, la pantalla de vuelos mostraba una hora de despegue distinta a la que yo recordaba, pero ni me importó. Andaba muuuy agilipollado. Además, cambiaba todo el rato entre Helsinki y Tallinn. Subí al avión y a la primera azafata que me topé le pregunté si el vuelo duraba lo que yo creía que duraba. Me respondió que directo sí, pero hacemos parada en Tallinn, lo sabes, ¿verdad? Claro, claro, respondí, sin estar muy seguro de lo que me acababa de decir. La veía codificada a través de las pestañas, como el Canal+ hace quince años. Me senté donde me correspondía y me dormí. El avión hizo una cosa que yo nunca había visto: aterrizó en Tallinn, dejó que se bajara alguna gente, no sé si se subió otra, y despegó otra vez. Como un autobús, vaya. Ya puedo decir que estuve en Estonia, pero no que puse los pies en ella.

Sobre las nueve o diez estaba aterrizando en Helsinki por cuarta vez en mi vida, tercera en once meses. Cogí el tren al centro, salí de la chulada de rautatieasema que tienen, tan años 20 ella, y dirigí mis pasos hacia el cercano albergue que había reservado. Por el camino me topé con lo mejor de esa mañana: un McDonald's cuyo cartel anunciaba un McDesayuno. Ya no sé ni qué tenía, había por ahí lechuga y huevo frito, pero me sentó de maravilla. Seguí mi camino hasta el hostal. Buenos días, tengo una reserva y sueño, alójame. Muy amablemente me tomaron los datos, me explicaron cómo funciona, tal, cual. ¿Y mi habitación cuál va a ser? Aquella de allí, pero mira una cosa, la entrada es a la una del mediodía y aún son las once. Whatmestaskontanding, le dije, porque le hablaba en inglés, y me respondió: pero no te preocupes, en la cocina hay un sofá y te puedes tirar ahí un rato. Aún no había terminado la frase y ya estaba tumbado con la cazadora de almohada. Al rato oí un estruendo tan brutal como efímero cuyo origen nunca llegué a conocer; abrí los ojos para contemplar las ruinas del edificio que acababan de bombardear, pero en su lugar sólo vi una señora de la limpieza que me dijo: ya es la una, tu cama está lista. Me arrastré hasta ella y me puse la alarma para las cuatro.

A esa hora ya estaba bastante descansado. Leo me había encomendado una misión: ir al bar Majava a por un sobre con contratos y libretos que el grupo debía firmar y que él había olvidado darles la semana anterior. Me di el paseo hasta el barrio de Kallio y entré en el bar. Hola, dije. Vengo a buscar un sobre que dice «Para Ville y Mitja». No, no soy ni Ville ni Mitja. Sí, ese debe de ser, ¿a ver qué contiene? Sí, este mismo, gracias. Salí del bar, empecé a bajar la cuesta y me metí en el Subway que hay unos metros más abajo para comerme un bocata, que son caros pero ricos, y lo del precio aprendes a pasarlo un poco por alto cuando estás en Finlandia si no quieres vivir sumido en el estrés. Estaba bien rico.

Entrada a Kallio, con su iglesia

Lo siguiente fue ir a la sala Virgin Oil, donde tendría lugar el concierto esa noche y ya estaban todos preparándolo. El sitio es un restaurante que tiene una puerta que conduce a unas escaleras ascendentes que llevan a la sala de conciertos en sí. Como faltaban aún varias horas, la puerta estaba cerrada con un rollo electrónico de código o nosequé. Sin ningún tipo de credencial, me acerqué al chaval que entraba y salía de detrás de la barra y le pregunté cómo se abría la puerta. «Así y asá», respondió, «pero acuérdate de cerrarla detrás de ti para que no entre cualquiera». Sin problema. Entré y me aseguré de cerrar la puerta para que no entrara cualquiera sin credenciales. Arriba estaba Tero preparando el tenderete de las camisetas, Julia la alemana (la conocí en York, ¿os acordáis?) de charla con él, y técnicos y músicos moviendo sus instrumentos y sus cables. El contrato que necesitaba que firmaran es muy gracioso: nos comprometemos a cederle a la discográfica Century Media los derechos de explotación de determinado material «throughout the Universe in perpetuity», es decir, en todo el universo a perpetuidad. Me sentí un poco como si Isaac Asimov me estuviera firmando un autógrafo. Cuatro veces, por duplicado.

Un edificio bien chulo

Sobre las siete y media había quedado en encontrarme con María, la moscovita. Esta había ido con la también moscovita Olga, a quien en realidad yo conocía mejor, pero no había llegado aún porque se había tenido que quedar en el hotel acabando unas cosas de su trabajo; se nos unió un rato más tarde. De ahí a poco llegó también Delphine, una francesa a la que sólo vi en Finlandia, y el chaval al que conocí como su novio pero ahora era su marido. Subimos toda esta panda, y dentro aparecieron también los daneses Mikkel y Nanna, que no se pierden un concierto en ningún recuncho de Europa, y el español Álvaro, que vive allí. Al igual que el 1 de abril del año anterior en el mismo lugar, primero tocó Draugnim, grupo que no me disgusta (y el cantante es un grandote bonachón que me cae genial, está en Crimfall también, lo entrevisté con Eddie una vez) pero al que no conseguí prestar la menor atención en ninguna de las dos ocasiones; y después, con la clásica intro «Tyven», salieron los jefes.

Acabado el concierto, el corrillo se fue diluyendo y sólo quedamos Mikkel, Nanna y yo con ganas de marcha, aunque sólo fuera marcha de sentaos. Pero no hubo manera. Nos recorrimos unas cuantas calles y los bares que no acababan de cerrar a las 2 cerrarían en un rato, a las 3. Al menos nos comimos unas hamburguesas de un puesto de la calle y pasamos un rato agradable caminando por el centro. Sobre las tres y media nos despedimos y nos fuimos a dormir.



Encontramos un bar curioso

Había prometido a las rusas que iba a ir a despedirlas a la estación de autobuses, de donde partirían a las ocho. Me causó mucho dolor en mi corazoncito levantarme a las siete, luego me medio perdí y di más vuelta de la que debería; cuando llegué ya casi no contaban conmigo, eran menos cuarto o menos diez, pero al menos pude hablar con ellas unos minutos y desearles buen viaje. Una vez se metieron en el autobús me compré dos croasanes, un litro de leche y otro de zumo de naranja, me desayuné la mitad y me volví al hostal a dormir un poco más, que hasta las once o doce que era la salida aún me daba tiempo. Tras ese par de horitas más ya sólo me faltaba ver a Ida, Leo (el otro) y la pequeña Saga. Pasamos unas horas de paseo, tomando un café, luego paseando más, luego me llevaron al monumento a Sibelius, luego a comer, y tras eso ya nos despedimos, porque a las cuatro y media había quedado con los daneses en la estación para ir al aeropuerto, de donde a las siete menos cuarto despegaba mi avión de vuelta a Budapest.

Foto de Tero

Entrada escrita el largo 9 de septiembre de 2017, o quizá el 10.