Thursday, September 26, 2019

¿Suena mejor el vinilo que el CD?



Cualquier persona que compre discos con regularidad sabe que, de un tiempo a esta parte, el vinilo se está vendiendo cada vez más. Es cierto que las ventas de música en general bajan muchísimo cada año, pero de las ventas existentes, un porcentaje cada vez mayor corresponde a discos de vinilo. Recuerdo ir al Corte Inglés un día de finales del 2005 a preguntar por un disco concreto en vinilo y me respondieron que en ese formato sólo tenían Playing the Angel de Depeche Mode, de manera excepcional y porque acababa de salir. Estuve en el mismo lugar hace un mes, y la sección de música es más pequeña que antes, pero tienen dos estantes llenos de vinilos, más unas cuantas cajas recopilatorias de doscientos o trescientos euros, que también están de moda. Hoy por hoy, cualquier disco que sale de un artista de mínima relevancia (por limitado que sea su público, léase death metal progresivo, por ejemplo) va a aparecer en CD, en iTunes, en todos los streamings posibles... y en vinilo. ¿A qué se debe esto? Si las ventas de música están cada vez más restringidas a los melómanos, y de ellos cada vez más se deciden por el vinilo, que además suele ser más caro, será porque el sonido del vinilo es mejor, ¿verdad?

La respuesta es un decisivo y contundente sí... pero no.

Esta contradicción se debe a que influyen dos aspectos: el científico y el comercial.


Había salido pocos meses antes,
no pedía nada tan raro...

La ciencia

La ciencia es clara: una señal analógica es continua, por lo que entre un punto y otro hay infinitos puntos; mientras que una señal digital es discreta, son unos y ceros, o pasa corriente o no pasa. Puedes tener una señal digital muy buena, con muchísima información en un segundo, pero nunca va a ser una cantidad de puntos infinita, como en el caso de una señal analógica.

Ahora bien, el que una señal sea analógica y tenga infinitos puntos no significa que su calidad sea perfecta, pues de hecho, mucha de esa información es ruido, o está distorsionada. Del mismo modo, una señal digital puede contener tantísima información que lo faltante sea irrelevante para la percepción humana.

Pongamos un ejemplo visual que no requiera unos sentidos suprahumanos para observarlo claramente: una fotografía. Todos hemos visto una fotografía analógica, revelada a partir del negativo de un carrete. En una foto de este tipo no hay píxeles, y si la amplías mucho y con buenos aparatos, no verás puntitos ni nada así; lo que sí empezarás a ver son deformaciones. Nunca llegarás a ver el lunar de la frente del señor que aparece en el fondo de la foto doblando la esquina, porque su cara, aunque sea analógica y con infinitos puntos, es un borrón. Sin embargo, si coges una foto de 48 megapíxeles, es cierto que a fuerza de ampliarla acabarás viendo cuadraditos de un solo color, pero para llegar a ese punto la habrás ampliado tantísimo que ya es innecesario a efectos prácticos, y puedes imprimir incluso un mural enorme sin que se perciba la menor pérdida de calidad.

El formato CD tiene una frecuencia de muestreo de 44,1 kHz, es decir, que cada segundo de sonido tiene 44.100 muestras («píxeles sonoros», digamos). Son más que suficientes hasta para el oído de un murciélago, si me apuras, pero si quieres más, hay más: hoy en día el audio digital puede llegar a los 192 kHz, o sea, más del cuádruple. Entre esto y el infinito no vas a distinguir. Y además de todo esto, un disco digital lo lee un rayo láser que no lo va a desgastar, así lo lea un millón de veces; mientras que el disco de vinilo lo está rascando una aguja de diamante que, a la larga, sobre todo si el brazo no está bien calibrado o directamente no es calibrable, va a hacer que cada vez más de esos infinitos puntos varíen su forma y te den un sonido distinto al que originalmente se grabó. Incluso la plancha maestra que imprime, troquela, como se diga los discos de vinilo tiene una vida limitada.

Si la ciencia es tan clara, ¿qué estrategia comercial puede darle la vuelta?


El mercado

El concepto tiene nombre: se llama guerra del volumen, o loudness war en inglés.

Cuando un grupo musical graba un álbum, cada instrumento se graba por separado; después todas esas pistas se mezclan, y por último, cuando la canción ya suena a canción, se masteriza para pulir los detalles. Uno de esos detalles es el llamado rango dinámico (DR, dynamic range), la diferencia que hay entre los sonidos más altos y los más bajos. Si dejas un rango dinámico muy estrecho, la variedad de volúmenes es menor, por lo que suena más «apelotonado», y si te pasas al comprimirlo puedes llegar a distorsionar la música. Si consigues comprimir el sonido todo lo posible sin llegar a distorsionarlo, tu canción sonará a más volumen, y esto es lo que les interesa a las discográficas: que su canción se oiga más alta cuando suena en la radio. La otra cara de la moneda es el efecto que produce en el oyente: al tener toda la música saliendo por un canal tan estrecho y con tan poca fluctuación, acaba causando fatiga auditiva. Esto, evidentemente, no les importa a las productoras: si en el programa de radio o la lista de novedades de streaming que estás escuchando suena la canción de Enrique Iglesias a más volumen que la de Dimmu Borgir, tu atención, de preferencias inusualmente eclécticas, se verá más atraída hacia el baboseo que hacia Satanás. Pero claro, si lo que quieres es ponerte un álbum en casa para disfrutarlo mientras te tomas un whisky o doblas la ropa, o peor aún, con unos buenos cascos y calma a tu alrededor, ya la discográfica no tiene nada que hacer porque tú ya has elegido qué vas a escuchar exactamente y no hay nadie más compitiendo por tu atención. En este caso, un mayor rango dinámico se te hará más cómodo de escuchar, aunque quizá no sepas decir exactamente por qué.

Y por alguna razón, todas las discográficas que sacan discos en ambos formatos le ponen un rango dinámico distinto a cada uno. Un CD típico suele rondar un rango dinámico de entre 6 y 8, igual que las descargas digitales, mientras que uno de vinilo por lo general anda por el 10-12. Hay casos extremos, como el disco Imaginaerum de Nightwish (año 2011), que en CD es un DR 6 y en vinilo un DR 12; y en la década de los 2000, antes de la renaciente moda del vinilo y con la guerra del volumen encarnizada a tope, no era raro encontrarse con montones de DR 5 y DR 4. Muchos de los famosos remásteres que empezaron a salir como setas en esos años no hacían mucho más que comprimir el rango dinámico y subir el volumen. Actualmente, lo habitual el el mundillo rockero/metalero es que un mismo álbum salga en CD con DR 7 frente a un vinilo DR 10, o DR 8 frente a DR 11. Salvo que seas Pink Floyd, en cuyo caso ninguno de tus CDs habrá bajado nunca del DR 10 y tus vinilos llegarán al DR 14, y serás alabado como uno de los mejores grupos de la historia en el aspecto técnico de tus grabaciones (entre otros).

Si tienes curiosidad, puedes buscar tu disco favorito aquí.


El romanticismo

La mayoría de quienes compramos discos de vinilo lo hacemos porque nos gusta el objeto. Cada uno puede tener distintas preferencias: algunos querrán solamente ediciones originales, otros se contentarán con reediciones recientes; algunos querrán el vinilo sólo para determinados estilos o épocas, otros le darán a todo. Conozco al menos a dos personas que recientemente abandonaron los demás formatos para comprar sólo vinilo, uno de los cuales incluso vendió todos los CDs y cintas que había acumulado en veinte o treinta años; yo, por mi parte, prefiero tener un disco antiguo si es un lanzamiento antiguo, reeditado si el original es raro o caro, y si es moderno, casi siempre me decanto por el CD, salvo que el LP sea súper chulo (Ghost) o la producción suene a vieja escuela (Enforcer). En fin, manías de cada uno. Pero lo que es seguro es que la gran mayoría apreciamos la portada grande, el diseño interior en el caso de los dípticos, el sobrecillo interior, y si además es de los pocos que traen un libreto de doce pulgadas ya es la locura. También tiene algo de ritual el sacarlo con cuidado para no dejarle los dedazos, colocarlo con cariño para que no se te caiga, ponerle la aguja, y a los veinte o veinticinco minutos, acercarse de nuevo para darle la vuelta. Luego, cuando termine, volver a meter el disco en el sobre y el sobre en la funda y dejarlo de nuevo en su sitio, con sus hermanitos y sus primitos. Al requerir más acciones por tu parte, y también más cuidado, parece que presta más. Además, quien se toma todas estas molestias lo hace porque de verdad tiene afición a la música y no la pone solamente de fondo o como compañía, o sea que ya parte de una base un poco melómana. Pero todo esto no es más que lo que dice el título del epígrafe: romanticismo, psicología, gusto personal, nada de física del decibelio ni calidad del formato.

Lo curioso es que el resurgimiento esté sucediendo ahora, y no hace veinte años, sobre todo porque creo que no se trata de mercadotecnia, sino al contrario, que las empresas sólo volvieron al vinilo cuando vieron que volvía a haber demanda. Mi teoría es que se trata de una reacción. El CD está bien, su calidad es más que decente y también tiene su punto ritual y romántico, aunque sea menor por ser más pequeño y por requerir menos cuidados. Pero el auge del MP3 empezó a levantar suspicacias, y el streaming ya es el colmo de la banalidad, lo que llevó a los amantes de los álbumes completos a frenar en seco y volver al formato que los hizo nacer.

Conclusión de todo este rollo: si te interesa un buen rango dinámico pero no quieres un tocadiscos, estás fastidiado.


Streeaaaming, streaming for vengeance.


Apéndice: el Jaime Altozano

Escribí la mayor parte de esta entrada ayer martes, y dejé para otro momento la parte del romanticismo y otra cosa que quería añadir: que no soy en absoluto entendido en ciencias sonoras y que cualquiera con un poco de conocimiento me habrá visto el plumero al leer las vagas explicaciones que di sobre la frecuencia de muestreo y el rango dinámico, por lo que invito a quien quiera saber más que le pregunte a Google, donde encontrará artículos estupendos como este de Xataka y otros más detallados aún. Y esta tarde, antes de ponerme a terminar el texto, me topé con que Jaime Altozano, uno de los pocos youtuberos que sigo, no sólo subió ayer por la noche un vídeo en el que explica el rango dinámico (por supuesto mucho mejor que yo, y con un enfoque distinto), sino que incluso utiliza la frase «...causa fatiga auditiva, te cansas, te da ganas de parar, aunque no sepas muy bien por qué». Yo juro por mi tocadiscos, por el Screaming for Vengeance y por el Death on the Road que la frase que escribí salió de mi cabeza, ni siquiera la había leído ni oído antes en otro sitio, menos aún en un vídeo que todavía no se había estrenado... Ahora bien, ¿podrá jurar él que no accedió ilícitamente a mi borrador de Blogger? Que me lo diga en la calle.

2 comments:

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