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Thursday, May 21, 2020

Los telefonillos centroeuropeos

Suele decirse que el que tú hagas las cosas de una determinada manera desde que naciste no significa que esa manera sea la más eficiente, y si te resulta más cómodo es más debido al hábito que a la superior eficacia. Por tanto, las costumbres de otros países o culturas no son mejores ni peores que las propias, sino que son simplemente distintas maneras de hacer las cosas, cada una con sus ventajas y sus desventajas.

Bla, bla, bla.

Cuando tú llegas a un bloque de viviendas en España, te encuentras de inmediato con un sistema alfanumérico ordenado. Si el edificio tiene ocho pisos con cuatro viviendas en cada uno, los pisos se numeran del 1 al 8 en su forma ordinal, y a las viviendas se les asignan las primeras letras del abecedario, tantas como viviendas haya por piso: en este caso, A, B, C y D, generalmente de izquierda a derecha. Si vives en el sexto piso en la primera puerta por la izquierda, el código identificativo único de tu vivienda será el 6.ºA; si vives en el cuarto piso en la tercera puerta, estás en el 4.ºC; y así sucesivamente. En el portal, el telefonillo (portero automático, intercomunicador) tiene tantas filas como pisos hay, tantas columnas como viviendas por piso, y tantos botones como viviendas, para que al llamar a uno concreto sólo te puedan atender en la vivienda correspondiente. Es lógico e intuitivo. Si tienes que visitar a alguien, basta que te diga que vive en el 2.ºB, y tú ya sabrás a qué botón del telefonillo llamar, a qué piso subir y qué puerta buscar.

En Hungría no.

En Hungría (y en Eslovaquia, y en Polonia), cuando llegas a un edificio de viviendas, lo primero que sorprende es que, sea una belleza arquitectónica de estilo neoclásico construida en 1880 con una puerta enorme de madera maciza o un bloque colmena socialista chungo de 1972 lleno de grietas y desconchados y con puerta de hierro oxidada, el portal va a tener siempre un teclado numérico táctil conectado a un sistema electromagnético que mantiene la puerta firmemente cerrada. Para entrar tienes que introducir un código, y el panel es tal que asín:


Kapucsengő, pronunciado capuchengo


Seguro que lo estás viendo y me dirás: qué fácil, ya lo entendí. Si quiero visitar a Zoltán Péter marco el 25, y si quiero entregarle un paquete a Csillag Gabi, marcaré el 36. Pues sí, hasta ahí todo va bien. Posiblemente la primera vez te líes y no sepas muy bien si darle al botón de la llave antes del código, o después, o si darle a la C (ahí pone Del pero suele ser una C), pero bueno, pongamos que ya has aprendido que sólo tienes que marcar el número y esperar. Marcas el 13 y Attila te abre: ya estás dentro. Avanzas unos pasos y te encuentras en un patio interior con escaleras a un lado.

Como es el único dato que tienes, deduces que debes buscar la puerta con el 13. Entonces te das cuenta de que te enfrentas a otro problema: hay seis pisos, ¿a cuál subes? ¡Ah! Pues no lo sabes. Quizá intentes aplicar la lógica de los hoteles, en los que habitualmente la primera cifra es el número del piso, pero enseguida te darás cuenta de que eso no encaja. Entonces te armas de paciencia, subes las escaleras y empiezas a mirar todas las puertas una por una, con los dedos cruzados y deseando que la de Attila conserve el letrerito con el número, porque a algunas se les cayó hace veinte años. Te recorres el pasillo del primer piso: nada. Desandas el camino, vuelves a las escaleras y subes al segundo. Continúas la búsqueda. ¡Mira, ahí está! ¡Bien! Llamas, toc toc, y te sale una señora mayor. Hola, busco a Attila Szűcs. Pues no es aquí. Vaya, disculpe, ¿y sabe dónde vive? Lo lamento, joven, no sé de quién me habla. Resulta que el código del capuchengo no se corresponde con el número de la vivienda. Pues nada, te has quedado sin pistas. Bajas de nuevo al portal, vuelves a timbrar y le preguntas a Attila, que lleva un buen rato esperando y preguntándose qué te habrá pasado, cuál es el piso y puerta al que tienes que subir. Te responde y añade que ya te lo había dicho antes, pero tú no le oíste porque ya estabas cruzando el umbral mientras gritabas «¡yaaa!».

Esta idiotez de sistema, que requiere como mínimo tres datos diferentes (código, piso y puerta, o bien nombre completo, piso y puerta) en lugar de un solo dato de dos caracteres que incluye todo (3A), ya es bastante fastidioso cuando vas a visitar a alguien, sobre todo en edificios grandes. Un amigo mío vivía en uno que tiene dos patios internos idénticos y cada piso de cada patio tiene cinco o seis viviendas a cada lado; me perdí las primeras veces, y que me dijera por el móvil «loco, é el telsel piso, la puelta sei, como tú sale del asensol a la iquielda y to jreto» no siempre me ayudaba si yo me había metido en el otro patio.

Pero tiene más problemas aún. Por ejemplo, las cartas y los paquetes muchas veces no incluyen el capuchengo, sobre todo si vienen del extranjero, por lo que el cartero si está de buenas a lo mejor intenta encontrarte, pero si no, te dejará la notificación en el buzón y listo, aunque estés en casa. Si es un repartidor de pizza o de paquetería y tiene tu móvil, tendrá que llamarte por teléfono, preguntarte el capuchengo, timbrar y tú coger y abrirle, porque encima no puedes abrir el portal desde tu vivienda si no te timbran previamente, ni si te estás lavando los dientes y tardas más de veinte segundos en enjuagarte, secarte los morros y llegar a la puerta; en cuyo caso, o te timbra de nuevo, o bajas corriendo al portal con un tenis en un pie y una pantufla en el otro jugándote la crisma en unas espléndidas pero resbaladizas escaleras decimonónicas desde las cuales siglos de historia nos contemplan para llegar jadeando a la calle y ver con impotencia cómo la furgoneta dobla la esquina y desaparece.

Por último —y esto es la tijera que corta el finísimo hilo del que colgaba la poca lógica que pudiera haber—, si vives de alquiler, el nombre que está escrito en el listado del capuchengo seguramente no va a ser el tuyo, sino el del dueño del piso. O sea, que al final vives en un piso que no se corresponde con tu código de telefonillo, y el nombre que aparece en el telefonillo no se corresponde con el tuyo. Absurdo.

Hay sitios donde hacen las cosas mal, y punto.

Tuesday, January 5, 2016

Hungría 2015 (feat. Eslovaquia)

Visegrád desde Nagymaros.
Estuve trabajando durante todo el verano, el 31 de agosto por la mañana cumplí mi última jornada antes de las vacaciones y esa misma noche ya estaba en un tren a Madrid. Tan pronto llegué a la capital, me compré un billete para Segovia, donde me encontré con dos amigas de allí, o mejor dicho, una amiga y su amiga. Como ya estuve en tan acuedúctica y alcazareña a la par que catedralicia ciudad hace año y medio, Ana y Leti me llevaron a La Granja de San Ildefonso para que viera algo nuevo. En un sitio con ese nombre esperaba encontrarme cerdos y vacas cantando la lotería de Navidad, pero en lugar de eso me hallé paseando por los hermosos jardines de un palacio de ricos.


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Saturday, December 5, 2015

El museo de Poprad


Foto de GaleriaSlovakia.sk

—Excelencia, he estado pensando que Poprad está un poco aislada.
—Hombre, pues claro que lo está. Primero, Eslovaquia no está en el Top 5 de países más turísticos del mundo precisamente, y segundo, estar situados en medio de las montañas es lo que tiene. Pero eso ya lo sabía yo antes de llegar a alcalde y también lo sabías tú antes de llegar a concelleiro de cultura. Además, en invierno se nos llena esto de turistas y esquiadores.
—Claro, excelencia, si todo lo que dice es cierto, pero usted mismo lo ha dicho: sólo en invierno, luego en verano nos comemos los mocos. Además, tener sólo una actividad... que sí, que Altos Tatras y tal, paisajes y todo eso, pero va a parecer que no tenemos patrimonio histórico ni cosas de humanidades.
—¿Adónde quieres llegar?
—A que he tenido una idea que por fin va a poner a Poprad en el mapa.
—Sorpréndeme.
—Un museo.
—¿Un museo? ¿De qué?
—Verá, ahí está el asunto. Por lo pronto se me ha ocurrido meter los restos arqueológicos.
—¿Las piedras esas que encontraron en los años veinte o treinta?
—Esas. Con unas fotos en blanco y negro en tamaño sobredimensionado.
—A ver, eso nos puede dar para una exposición en alguna sala del ayuntamiento, pero poco más, ¿no?
—Por eso le decía. Si queremos un museo, no va a ser suficiente. Necesitamos más cosas y tengo algunas ideas.
—Soy todo oídos.
—Para empezar, una habitación sobre etnografía.
—¿Trajes típicos y tal?
—Sí.
—Eso está muy visto, ¿no?
—Ya he pensado en eso, y creo que podemos darle un toque de originalidad: que todo lo textil sea azul.
—¿¿Azul?? ¿Por qué?
—Se me ocurrió.


Pinche y se agrandarán las fotos, excelencia.

—Bueno, vale. ¿Qué más?
—Algo de cigüeñas. Tengo varias fotos chulas.
—Pero con eso no llega.
—Da igual, ponemos un cartel en el que ponga cigüeña en muchos idiomas y rellenamos espacio. Y en castellano ponemos cigüeňa con ň y le damos nuestro toquecillo eslovaco.


»Con animales también se me ocurrió otra idea: ¡disecarlos!
—¿Y meterlos en vitrinas?
—Algunos, pero también podemos hacer un diorama con varios de ellos. Si su excelencia me permite la expresión chabacana, molan un montón, los dioramas. Se hace como una escena de la vida en el bosque con los animales disecados, piedras en el suelo y un fondo con árboles que dé contexto y ambiente. Que quede una composición hiperrealista, ¿sabe?


—Pero mira, entre piedras, animales y ropa, creo que nos estamos pasando de heterogéneos. Habrá que centrarse en algo para hacer un museo de ese algo, ¿no crees? Museo arqueológico, museo etnográfico, museo de historia natural, pero de una cosa sola.
—¿No ha visto usted el British Museum? Hay de todo: que si momias, que si cuadros, que si monedas, y encima es todo exfoliado.
—Expoliado.
—Eso. Nosotros lo que tenemos es todo nuestro, no hay exvotos.
—Expolios.
—Tampoco. Tenemos unas mazas con pinchos, una corona y mucha cacharrada medieval en ese plan que podemos poner junto al jarrón y las cafeteras, por lo menos para llenar un par de paredes más. Y alguna cosa más se nos ocurrirá.


—¿Crees que funcionará?
—Lo que le he dicho: pondrá Poprad en el mapa. Dará que hablar. Se escribirán entradas en blogs desde lugares a dos mil kilómetros de distancia. Y total, ¿acaso tenemos otra idea mejor?
—Me has convencido. Licítalo.




Una mochila en Poprad, 22 de agosto de 2012.


Thursday, September 4, 2014

Back in Centroeuropa 2014 (II)

Mi súper calendario de disponibilidades


No te pierdas la primera parte. Esta segunda también tiene glosario al final.

Vuelvo a estar en un tren, esta vez de Trnava a Bratislava, y son las 12:20 del 3 de agosto. Nos quedamos en la isla Margarita. Después de eso no recuerdo qué hicimos, pero probablemente nada.
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Hola de nuevo. Como veis, el otro día no escribí una mierda, porque el viaje fue más corto de lo que esperaba. Ahora estoy en el tren contrario al primer día que escribí, c’est-à-dire, Bratislava-Budapest. Pero no adelantemos acontecimientos.

Así que seguimos en la isla Margarita. Además de bicicletear, estuvimos un rato viendo la fuente luminoso-musical que allí hay. Cuando nos fuimos de la isla ya volvimos a casa y no hicimos nada más. A la mañana siguiente decidimos dar un paseíto por Városliget, el parque municipal, que queda cerca de casa de Essi y lo echaba de menos; ella a mitad de paseo se tuvo que ir, y en el rato que estuve solo fui a ver el museo de la locomoción emplazado en dicho parque, museo que resultó ser bastante más grande de lo que me esperaba, a consecuencia de lo cual tuve que verlo a fume de carozo, y... Vale, confieso que esa no es toda la verdad. Como siempre que entro en un museo, me tiré dos años en los primeros cinco metros y luego sí que tuve que andar a correr. Ayudó a evitar la tentación de demorarme más el hecho de que casi todo está escrito solamente en húngaro. Más tarde me dirigí a Kodály körönd, me reuní con mi compañera de budapésticas fatigas y tiramos hacia la zona de Deák para comer y, posteriormente, reunirnos de nuevo con Andrea y Balázs.

A ver si encuentras la mochila.

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