Wednesday, February 1, 2017

Galicia y el patriarcado en nada, y Garzón era para despistar

«Con una población que equivale a la mitad de la de Madrid y una economía muy modesta y “rara”, hasta hace poco Galicia no competía en nada con el resto de España: ni en industria ni en poder. Ni siquiera, hasta muy recientemente, en la Liga de fútbol. La relativa lejanía de Galicia, su “autismo” social y político, son los que le han permitido mantener el prestigio de quien es singular pero no amenazante.»

Miguel-Anxo Murado, Otra idea de Galicia.

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A principios o mediados del 2016, en época de elecciones (todo el año fue época de elecciones hasta el día de la investidura de Rajoy, ni un minuto menos), salió la noticia de que, según las encuestas, Alberto Garzón Espinosa era el político mejor valorado por los españoles. Lo cual, por supuesto, no hizo creer a nadie que fuera a ganar en las urnas; todo el mundo sabía que iba a ser el último de «los grandes», como efectivamente sucedió. En esos días leí un artículo (me perdonaréis que no recuerde dónde, tampoco logro encontrarlo ahora) que decía que la principal razón de que Garzón sea el mejor valorado es que nadie lo ve como un enemigo. Mucha gente recelaba de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, porque eran los grandes, dos por tradición y los otros dos por una repentina irrupción y meteórico ascenso, sospechoso en opinión de muchos. Pero Garzón, al contrario que todos ellos, y aunque siempre visible, es por tradición pequeño, y además es un chaval majete, tranquilo, que razona sus ideas y no hace ruido en los titulares. A nadie le da miedo. Como el niño inteligente al que le gusta leer y aprender, que sabe mucho para su edad sin ser repelente y que cuando crezca será doctor, pero hoy por hoy sigue siendo un niño y nadie se lo toma muy en serio. Es inofensivo. Es buen chico. En una palabra, la razón por la que el político mejor valorado era Garzón era puro y simple paternalismo.

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Quien haya leído algo sobre feminismo escrito con un mínimo de rigor, y preferiblemente por feministas, sabrá que uno de los aspectos de la sociedad más criticados por este movimiento es el paternalismo y condescendencia hacia el sexo femenino. Todo eso del sexo débil y el bello sexo, inocente y sin culpa de nada, cuya función es ser buena persona con quienes están a su alrededor y al que los hombres deben proteger, etcétera. Para ver esto con claridad meridiana no hay más que coger los tebeos de Marvel de los años 60 y 70, en los que los personajes femeninos existían en su mayoría para ser novias o esposas amantísimas y los brazos a los que el héroe anhela volver tras su peligrosa misión contra los mutantes chungos del mes. Por ejemplo. O, más atrás en el tiempo, el Drácula de Bram Stoker, en el que aun teniendo Mina Harker voz propia en varios capítulos, no deja de ser exactamente lo mismo, hasta el punto de que los diálogos entre Van Helsing y sus compinches sobre ella y Lucy son hilarantes de puro ridículos. Esta mentalidad no es violenta contra la mujer, sino todo lo contrario: la protege por considerarla frágil, y quien tenga esa manera de entenderlo no admitirá ninguna acusación de machismo ni de degradación, porque lo que está haciendo es todo lo contrario, apreciar a las mujeres y cuidarlas*, del mismo modo que ninguna persona que ame los animales tolerará acusaciones de menospreciar a su perro cuando todo lo que hace es mimarlo, cuidarlo y quererlo con todo su corazón.

Tuesday, January 24, 2017

2016 en retrospectiva

Escribí esta entrada en dos veces. Por esta razón, hay alguna incoherencia en tiempos y fechas. Mes excuses.

Me acaban de informar de que ya se terminó el 2016, y aunque me pilló desprevenido, mi genialidad brilla incluso en horas bajas y al momento se me ocurrió la idea más original del mundo: echar la vista atrás y comentárselo a todo internet, que no quedará tranquilo hasta que esto aparezca publicado. Como en realidad sólo hace dos entradas de la última retrospectiva parcial, que fue la de mayo, pasaré por el principio rápidamente.

Llegué, como sabéis, hace un año y dos días. Es muy fácil de recordar, porque llegué de noche, y la siguiente noche ya fue fin de año. Primero estuve tres meses trabajando en una oficina. El último día de marzo que trabajé, mientras preparaba la maleta para irme el fin de semana a Helsinki, me llamaron para decirme que ya no volviera más por esa oficina, que el lunes tenía que ir a otra. En Helsinki conocí en persona a Olga, Maximilian, Delphine, Tero y Mikkel (más su colega Fredrik), cinco personas que conocí a través de Moonsorrow y con las que llevaba años hablando (sobre todo Delphine), más Julia, a la que ya conocía desde York; precisamente coincidimos todos allí por el concierto de presentación de su más reciente disco y primero en cinco años, lo cual era kind of a big deal y mereció también mi primera crítica en nosecuántos años. Decidí ir a Helsinki porque anunciaron la gira completa y no pasaban por Budapest ni anywhere near, así que me dije PUES PUES PUES VOY YO. Y estoy muy contento de que haya sido así: no sólo vi el concierto y conocí a toda esta gente que ya conocía, sino que también tuve oportunidad de ver a Ida y a Leo (no el argentino) y de conocer a la hija de ambos; y de comprar una revista en la que salimos Leo (sí el argentino) y yo, aunque nos costó horrores encontrarla porque la tenían agotada en todas partes. Moonsorrow'sta on tekeillä dokumenttielokuva!

Inferno 3/2016, sold out. Así es como llevamos
el rompeolas de Baiona a la prensa finlandesa.

Cuando volví a Budapest y fui al nuevo proyecto al que me habían cambiado, encima de estar cabreadísimo con el cambio me encontré con que el proyecto era un caos en el que nadie sabía nada, ni siquiera los jefes, y la gente llamaba enfadada porque no se estaba haciendo lo que se tenía que hacer y llevaban semanas esperando por cosas normalmente muy simples. En ese momento era todo nuevo. Poco a poco fuimos aprendiendo a hacer las cosas, fue entrando más gente (al principio éramos unas 10 personas en la oficina, ahora 19, y se nota que no veas) y todo se fue estabilizando. Aunque el proyecto anterior sigue siendo mejor en casi todo, al menos en este ya no dan ganas de tirar la mesa de una patada y salir por la puerta, e incluso las jornadas de más trabajo suelen ser relativamente llevaderas. Otro inconveniente es que esta oficina está en otro edificio, más lejos de casa, desventaja contrarrestada por el hecho de que ahora leo un montón in itinere. Por cierto, que según escribo esto, son las 4:13 AM del 1 de enero y estoy en la misma oficina a la que llegué de morros el 4 de abril...

Decía en mayo que me tenía que mudar. Efectivamente, en junio, un par de días antes de irme a Finlandia, nos tocó mudanza. Balázs y yo buscamos piso juntos desde el principio, no nos planteamos ni irnos por distinto lado ni juntarnos con una tercera persona; dos está bien. El piso que encontramos, como suponíamos, es más pequeño y más caro que el anterior, porque el anterior era una ganga y el casero, un tío súper atento, honrado y nada tacaño. Con todo, el tamaño de las habitaciones sigue siendo bastante grande, y yo incluso prefiero esta, porque la anterior, aunque su extensión era mayor, estaba peor distribuida por culpa de un mueble gigantesco que no se podía mover. Ahora, en su lugar, tengo dos armarios tamaño armario que pude ubicar a mi manera para dejar espacio para el sofá, la mesa y la estantería hipermolona que compré sin superposiciones. Y sigue quedando suficiente espacio libre para un colchón hinchable biplaza que también compré para las visitas, del que ya hicieron usufructo unas cuantas. El precio sigue siendo asumible, el casero nuevo no es malo, y la ubicación es incluso mejor que la anterior, aunque echo un poco de menos el edificio tan bonito en que vivíamos antes. Pero este es mucho más cálido, que al final es más práctico. El gas que derrochamos en la chatarra de calentador y de fontanería que tenemos lo ahorramos en calefacción.

Todavía estaban todas las cajas por los suelos cuando me fui a Finlandia a rodar el documental Home of the Wind. Fui el primero en llegar al aeropuerto de Helsinki, aproximadamente una hora antes que Pillau, el director de fotografía, un tío que sabía todo sobre cámaras y nada sobre Moonsorrow. Esa noche dormimos los dos en casa de Nikky, la fotógrafa del equipo; a la mañana siguiente fuimos a alquilar el coche y la cacharrada cinematográfica, hacia mediodía llegó Leo, el director, y el último fue Alexis, técnico de sonido, otro fanático del grupo como yo e incorporación de ultimísima hora (imagínate que se está gestando un proyecto que te mola a rabiar sobre una de las cosas que más te gustan del mundo y te dicen: oye, empezamos en quince días, ¿te apetece venirte? Pues eso le pasó a él). Puedes leer una crónica de los primeros días en el blog que abrí a tal propósito. Las siguientes dos semanas las pasamos durmiendo cuatro personas en una cama de matrimonio y un sofá-cama en un pequeño apartamento no muy alejado del centro de Helsinki, y grabando entrevistas en la ciudad y alrededores, incluyendo muchos bosquecillos (para ver bosquecillos en Helsinki ni siquiera hay que irse a ningunos alrededores, pero bueno, nosotros fuimos varias veces) y una isla a la que Mitja nos llevó en barco y en la que tuvimos una de las mejores sesiones. Además él trabaja en televisión y sabe perfectamente cómo elegir ubicaciones y enfoques y cómo funciona todo en este campo. Vivimos días larguísimos, literalmente, porque la noche se quedaba a medio cerrar y a las tres de la mañana se arrepentía y se ponía a amanecer otra vez. El colofón del periodo de producción del documental fue una «noche» en Oulu, a siete horas al norte de la capital y en el borde del círculo polar, ciudad en la que Moonsorrow tenía programado un concierto en el festival Jalometalli el segundo fin de semana. Escribo «noche» entre comillas porque no hubo tal cosa: un día lluvioso en tu ciudad es más oscuro que el cielo de Oulu a las 0:15 AM, que es exactamente la hora a la que saqué esta foto.

Nightless night

El domingo nos comimos otras siete horas de coche para volver a casa, el lunes recogimos todo por la mañana, devolvimos coche y equipo y al llegar al aeropuerto me despedí de mis compañeros. En el viaje de vuelta me tocaba hacer escala en Riga, donde pasé una tarde-noche preciosa, y el martes 12 estaba de vuelta en el asfixiante calor de Budapest. La verdad es que no pudimos elegir mejor fecha para pasar dos semanas al fresquito de Escandinavia.

Riga y yo somos así.

Durante el resto del verano no hubo grandes acontecimientos, salvo las visitas de Renars y Marta primero y de Iago y Anabel después. Tras eso, y aprovechando dos días y medio que tuve libres, decidí que necesitaba tomar el aire y despejar la cabeza y me cogí un tren a Serbia, donde pasé un día con Jelena en Belgrado y otro con Jasmina y Nicola en Novi Sad (todo repe). El viaje me sentó bastante bien, y hacía muchísimo que no veía a Jelena, quien me estuvo dando una clase improvisada de yoga mientras veíamos la puesta de sol desde el Kalemegdan. Muy de película todo. Ah, y fuimos a Zemun, donde sólo había estado en octubre del 2009. Curiosidad para quien le guste la historia: desde Zemun se dispararon los primeros cañonazos de la Primera Guerra Mundial, por encima del Danubio y en dirección a Belgrado.

El caloret zemunés

En otoño tuve algunos huéspedes más, aunque tengo pensado detallar todas las visitas en una entrada aparte (lo que puede no suceder nunca) porque fue interesante ver cómo distintas personas hacen turismo de distintas maneras. Yo fui en modo exprés a Madrid para un concierto de Behemoth y Mgła a finales de octubre, con Eddie y Martzel, y un pelín menos exprés a Barcelona para ver a Iosu, a Marta y a Cult of Fire, además de a Barcelona itself, que es muy distinta a lo que me esperaba y me encantó. La penúltima semana del año la pasé con mi familia, por primera vez en todo el año. Se me pasó la semana volando, todo el rato de aquí para allá viendo amigos locales o retornados; no me quejo nada, pero sí que acabé bastante cansado, sí. Y por supuesto me faltaron amigos por ver. Hasta Enzo, al que sólo vi rápido y mal y que ahora ya no me ajunta. Por lo demás, pude constatar que la ciudad sigue más o menos igual, que efectivamente hay otro dinosaurio vegetal más pequeño, que los telediarios siguen siendo una puta basura cada día más infecta y bochornosa e insoportable y —no sin sorpresa— que además ahora cada noticia se compone en un 50% de mensajes de Twitter de famosos. Llené la maleta de turrón, polvorones y libros y me volví a mi ciudad adoptiva. De libros hablaremos en la próxima entrada.

Así de bien Barcelona.

In a more reflective note, tardé unos meses en darme cuenta de que lo que hice fue una emancipación repentina y total. En literalmente un día pasé de vivir con mis padres a ser completamente independiente; tenía ahorros para pasar el primer mes, y a partir de ahí empecé a cobrar un sueldo, así que no me prestaron ni una peseta, porque tampoco me hizo falta en absoluto. De la noche a la mañana me convertí en un adulto de verdad. Sigo haciendo todo lo posible por disimularlo, creo que con éxito.

Por otra parte, empecé a hacerme un hogarcito. Hay un eBay húngaro que se llama Vatera, además hay varios grupos de compraventa en Facebook, y entre una cosa y la otra me fui amueblando la habitación por ná y menos. Lo primero fue la mesa, que me costó 10 €, los altavoces (nuevos) y un monitor que me vendió Balázs para comprarse uno mejor.

Antes
Después

Lo siguiente fue una estantería cojonudísima y como nueva por el irrisorio precio de ~17 €, que entre libros, discos y revistas ya está a la mitad de su capacidad. Luego una silla que encontré en la calle, otra más pequeña y con ruedas que ruedan por unos 13 €, y por último una mesita plegable por el mismo precio. Ah, y me imprimí el cuadro que nos pintó Kris Verwimp para Home of the Wind para enmarcarlo y un par de pósters para la puerta. Todo muy bien, en suma, pero no puedo evitar sentirlo como provisional. No sé cuánto tiempo más estaré en este piso, puede que años, pero es seguro que no va a ser para siempre; entonces, como veo la mudanza como algo ineludible tarde o temprano, no me siento completamente en mi hogar. Siempre queda la duda de «y qué vendrá después». Pero tampoco dejo que eso me amargue, porque no tiene sentido; es obviamente mejor ir haciendo mi día a día lo más cómodo posible, y que vaya viniendo lo que tenga que venir. Curiosamente, no siento esa misma espinita clavada con respecto a mi trabajo, que también sé que no va a durar muchos años. Quizá sea porque veo el trabajo como un medio y la habitanza como un fin. O quizá no. Otro día pienso sobre ello. En cualquier caso, no quiero terminar esta entrada sin una mención de honor a Essi y a su coneja Léni, aquí en posición de vuelo e inminente aterrizaje.

Sí, le falta un ojo, pobriña.
Feliz 2017 a tutti quanti, y gracias por leerme aunque escriba de higos a brevas.

Sunday, January 1, 2017

Una fría mañana de enero


Buenos días, feliz año nuevo.

Me pasé toda la Nochevieja en la oficina, aunque aproveché algunos ratitos para escribir para el blog unas entradas que pronto veréis. Cuando salí, como me había perdido toda la diversión, decidí hacer algo distinto y ver la ciudad vacía y envuelta en esa densísima niebla blanca que probablemente siga cubriendo el río mientras escribo estas líneas.

Sobre las siete y media de la mañana, y especifico para los aficionados a los mapas, bajé en Móricz Zsigmond körtér y fui caminando por Bartók Béla út, una avenida que me gusta mucho, hacia Szent Gellért tér, donde están el hotel Gellért y el puente de la Libertad (puente verde para los amigos). Era un verdadero placer caminar por allí, con toda esa calma, sólo perturbada por los viejos tranvías amarillos y blancos que iban pasando cada pocos minutos. Al llegar al puente saqué la cámara de la mochila para hacer unas fotos, pero los implacables –7 ºC y mi carencia de guantes se opusieron con firmeza a que lo hiciera con la comodidad que aportan el sentir los dedos y el poder tenerlos quietos más de cinco segundos, y fuera de las mangas más de un minuto. Como consecuencia, las pocas fotos que pude sacar no están bien enfocadas ni encuadradas, pero aun así me apetece compartirlas con vosotros.











Pensé en subir hasta la estatua de la Libertad, pero la niebla me impedía verla, y razoné: si desde aquí no puedo ver la estatua, desde la estatua no voy a poder ver «aquí». Así que deseché la idea y crucé el puente, al entrar en el cual me encontré con esos alegres carambanitos que veis en la última foto. No es nieve, no nevó en toda la semana, es humedad del río congelada; del otro lado de la barandilla había mucho menos hielo, debido a que la ligera brisa soplaba en dirección norte-sur. Por mí habría hecho muchas más fotos, pero tras la última, la batería de la cámara decidió agotarse. De todos modos, lo de no sentir los dedos no es ninguna broma: me costaba apretar el botón hasta la mitad para enfocar, cuando lo quería apretar no lo apretaba, y a veces, lo apretaba sin querer. Por cada minuto de jugar con la cámara tenía que pasar tres con las manos escondidas en las mangas.

Total, que crucé el puente y bajé al subterráneo con intención de coger el tranvía 2 hasta la zona del parlamento. En el subterráneo me topé con una fotógrafa que iba con una cámara réflex colgada al cuello y un trípode en la mano. La seguí cual eficiente acosador y constaté, como suponía, que también le iba a sacar fotos al puente. Me acerqué a ella para preguntarle si tenía alguna página en internet (efectivamente). En la breve conversación que siguió, me dijo que precisamente acababa de bajar de la estatua y que desde allí no se veía nada de nada; quería fotografiar la niebla desde arriba, pero esta cubría el monte también.

Cuando volví a bajar al subterráneo, noté que los dedos de los pies se me empezaban a medio congelar también, lo que me disuadió por completo de ir a ningún sitio que no fuera mi casa. Mientras esperaba el metro se me ocurrió que este breve paseo daba para una corta pero xeitosa entrada en el blog.

Thursday, December 22, 2016

Diez años de tristeza lunar

Estos días hace una década que descubrí a Moonsorrow. Y os voy contar por qué es una efeméride reseñable. Para mí, quiero decir.

Por un lado, escuchar ese disco compuesto por dos canciones de media hora cada una me descubrió una forma de música que no había oído nunca ni sabía que existía. Poco a poco fui adentrándome más en ella, tirando también hacia atrás, hacia el black metal del que bebe y que pronto se convirtió en el género que más me emociona, como sigue siendo a día de hoy. Curiosamente, seis meses antes, el black me horrorizaba, mientras que seis meses después me encantaba.

Por otro lado está la parte no musical del asunto. Un día, por pasar el rato, me puse a escribir una minibiografía del grupo para una entrada de blog que acabó convirtiéndose en una biografía completa, seguida por miembros de la banda y con su visto bueno. Gracias a esa biografía fui conociendo gente que me hacía preguntas o proposiciones o quería colaborar de alguna manera, y con la que, en algunos casos, fui entablando más conversación e incluso amistad y conociéndonos en persona. Hasta me contactó un tío que quería usarla en su tesis de máster. Todo subió muchos niveles de golpe cuando a un argentino tarado (al que también conocí por Moonsorrow) se le ocurrió hacer un documental del grupo y meterme de guionista, cosa que se hizo realidad el pasado verano.

Y por último, de manera más tangencial, Moonsorrow fue una excelente excusa para multitud de viajes. Por verlos en Stuttgart pasé una semana en Alemania y Francia, en mi primer viaje a ambos países; por verlos en los Cárpatos ucranianos pasé un fin de semana como no viví otro en una montaña perdida rodeado de eslavos que me miraban con curiosidad y sorpresa; otro fin de semana en la ciudad suiza de Basilea (la economía no permitió más, menudo país); una semana en Inglaterra durante la cual vi los sitios históricos de Lindisfarne, Fulford y Stamford Bridge, donde la historiografía tradicional dice que empezó y terminó la llamada era vikinga en los años 793 y 1066, respectivamente; una noche sin noche casi al borde del Círculo Polar Ártico como colofón a la grabación del documental...

O sea que, como veis, es bastante más que siete discos cojonudos; que esos, al fin y al cabo, también los tiene Blind Guardian o Pink Floyd. La mitad de las cosas más molonas que hice en los últimos diez años fueron culpa de Moonsorrow. Y por mí, que siga siendo así.

Oulu 2016

Monday, November 7, 2016

Testimonios de la revolución húngara de 1956

El pasado día 23 de octubre fue el 60.º aniversario del inicio de la revolución popular que se inició en Budapest contra la influencia de la Unión Soviética en la política de Hungría, país que se suponía independiente y soberano pero en la práctica estaba sujeto a los intereses de Moscú. El martes 23 de octubre de 1956, las calles de Budapest se llenaron de manifestantes, tiraron la estatua de Stalin, esa misma noche entraron los tanques rusos, se les fue todo a todos de las manos y dos semanas más tarde había muerto un montón de gente, se habían roto cantidá de edificios, pero las leyes se quedaron como estaban. Viene todo muy bien contado en la Wikipedia.

De Sztálin sólo quedaron las botas.
Foto: Gyula Nagy, Fortepan.hu

Con motivo de este aniversario, la ciudad estuvo todo el año empapelada de carteles enormes sobre el tema, y durante un mes se hicieron montones de actividades relacionadas con la revolución. Una de esas actividades fue un congreso de un día, el 11 de octubre, organizado por el Danube Insitute y realizado en inglés. Como por aquí no se hacen muchos congresos sobre temas históricos en idiomas que yo entienda, no quise dejar pasar la oportunidad. Al final, debido a que la noche anterior no había dormido más que tres o cuatro horas, me perdí la mayor parte del congreso (cuando se te cae la cabeza, eres incapaz de mantener los ojos abiertos y no sigues el hilo de absolutamente nada, tienes que admitir tu derrota y pirarte a casa), pero por suerte me mantuve perfectamente despierto en la parte que más me interesaba: la de los testimonios de dos señores, Gyula Várallyay (79 años) y János Horváth (95), que participaron directamente en la revolución. Tanto me gustaron sus intervenciones que tomé notas para poder hacer un resumen aquí.

Cartel de la plaza Blaha Lujza. Foto sacada de aquí.

Várallyay empezó su relato listando tres puntos que considera de gran importancia: uno, que los estudiantes desempeñaron un papel primordial en la revolución; dos, que en esa época los universitarios gozaban de gran prestigio; y tres, que aunque la hubieran iniciado estudiantes, hubo una gran solidaridad para con ellos por parte de otra gente que, o bien se unió, o les ayudaron de alguna manera.

La manifestación con la que se inició todo el embrollo se gestó el día 22 en la Universidad Técnica de Budapest, en una reunión que empezó al principio de la tarde y se alargó hasta la medianoche y durante la cual se redactó una serie de exigencias en 16 puntos. Várallyay era uno de los aproximadamente 2.000 participantes, y cuenta que allí fue donde alguien preguntó en voz alta por qué rayos había tropas rusas en suelo húngaro, tras lo cual se gritó por primera vez lo que se convertiría en la principal consigna: ruszkik haza (ruskis a casa). Buena parte de estos estudiantes vivían en la residencia universitaria de la cercana avenida Béla Bartók, donde sucedió una escena curiosa. Corría el rumor de que a la estación de Kelenföld, ubicada a las afueras al oeste de la ciudad, estaba llegando ayuda desde Austria. Ni cortos ni perezosos, los estudiantes pararon un camión que pasaba por delante de la residencia y le dijeron al conductor: mira, necesitamos que nos lleves a Kelenföld a por unas cosas. Les respondió: vale, pero se me está acabando la gasolina. Entonces fueron a un lugar cercano a pedir gasolina, donde se la dieron y les desearon suerte. Más adelante se enteraron de que eso era un centro de inteligencia militar. (Sí, como estarás pensando, la purga que hubo en los meses siguientes en el ejército fue muy divertida también.)

Nótese la sombra del objeto arrancado.
Foto: Gyula Nagy / Fortepan.hu


Horváth, que entonces ya tenía 35 años y había vivido los convulsos años 30 y 40, contaba que había estado en la cárcel unos años antes, donde había conocido, entre otros, a gente de la Cruz Flechada, el partido nacionalsocialista húngaro. Ese 23 de octubre, hacia la tarde, cuando ya una gran riada de gente se dirigía hacia el Parlamento y los viejos, emocionados, los saludaban desde las aceras agitando un pañuelo, vio a varios de esos cruces flechadas, que iban a su bola en otra dirección. Habló con ellos, les preguntó por qué no se unían, y dijeron: «eso es cosa de comunistas, no nos interesa». Efectivamente, es importante subrayar que el líder político al que aclamaban los manifestantes, Imre Nagy, era comunista; reformista, sí, pero leal al partido en todo momento. Con todo, Horváth recordó un instante que le emocionó, que fue cuando, ya reunida la masa detrás del Parlamento, Nagy comenzó su discurso, no con el clásico «camaradas proletarios», sino con un Magyar testvérek!, «¡Hermanos húngaros!».

En los días siguientes ya no hubo manifestantes de paseo ni tranquilos discursos, sino tanques y cócteles molotov y pumpún y aaaaa. Sin embargo, siendo este un país cuya población no tiene en general más escrúpulos que la española, llama la atención que no hubiera saqueos. Había escaparates rotos por doquier, había cajas abiertas en las que se recogía dinero para la revolución, y ni entraban a robar a las tiendas ni se vaciaban esas cajas si no era para gastar el dinero en quello para lo que estaba pensado. Algunos no perdieron el humor: contaba Várallyay que en un momento dado andaba por una calle un tanque que disparó, y alguien gritó: «¡Eh, no disparéis! ¡Que hay gente!». Otra cosa que señaló el mismo testigo fue que incluso los házmester, que no me queda muy claro si son conserjes o porteros o ambas cosas, se pusieron del lado de los manifestantes. Los conserjes en general tenían fama de arrimarse al sol que más calienta, que a finales de la guerra eran los más fascistas y después los más comunistas, y le sorprendió que alguno de ellos, a verlos pasar, les abriera la puerta y les dijera: eh, chavales, meteos aquí si queréis refugiaros. Por lo visto, hasta los policías azules apoyaron a los revolucionarios; no sé qué narices eran los policías azules, pero el señor lo mencionó como algo sorprendente, así que debía de serlo.

La «Caja de comunidad» del Monopoly.
Foto: István Papp / Fortepan.hu

Por último, es interesante señalar algo que Horváth recalcó bastante. En esos días corrían rumores de que, si los revolucionaros aguantaban un par de semanas, vendrían los yanquis, o los occidentales, o qué sé yo quién, a ayudarles en su lucha. Sin embargo, sólo fueron eso: rumores, aunque mucha gente se los tomara en serio y se siga mencionando sesenta años más tarde. Según él, nunca hubo ninguna declaración oficial por parte de países occidentales que afirmara que fueran a mandar ayuda, y es exactamente lo que sucedió. El 4 de noviembre, tras unos días de relativa tranquilidad, Moscú mandó volver a meter los tanques y atacar sin contemplaciones. Seis días más tarde se rendían los últimos revolucionarios.

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En cuanto a mí, el día del congreso comí gratis, porque daban, y me llevé también varias revistas de temas históricos y políticos que tenían para coger. O sea que ni tan mal. Quizá habría sido interesante haber escuchado más ponencias, pero tengo que decir en mi descargo que todas en las que estuve presente, que fueron como el 70% (otra cosa es que estuviera despierto), y a excepción de las de estos dos señores, eran leídas; y una ponencia leída se me hace muy difícil de seguir, ya sea sobre Moonsorrow. Ahora acabo de pasar todo el domingo metido en casa escribiendo esta entrada y buscando fotos y demás —por eso publico con tan poca frecuencia— y voy a aprovechar para dejar enlaces a un par de sitios molones que encontré:

- Las ubicaciones de las fotos más famosas, en 1956 y ahora. Dieciocho.
- Fotos de la revolución de Gyula Nagy. Quinientas cincuenta y una. Tanques rotos, casas rotas, estatuas rotas y colocadas en posturas graciosas. El enlace te lleva a la primera.

Tuesday, May 31, 2016

Mochila budapestosa permanente (feat. documental de Moonsorrow)

Llevo mucho tiempo sin escribir aquí, porque en los últimos tiempos ha habido unos cuantos cambios en mi vida. Entre otras cosas, como acabáis de comprobar, he empezado a utilizar el pretérito perfecto compuesto esporádicamente. Pero hay otros cambios de importancia e impacto equivalente o superior: empecé a trabajar a tiempo completo (a estas alturas de la película ya iba siendo hora) y me mudé al extranjero.

Hoy cumplo cinco meses viviendo en Budapest, ciudad que los que seguís el blog desde hace tiempo sabéis que no me gusta nada. Llegué la noche del 30 al 31 de diciembre del 2015, con trabajo y piso, todo ello fruto de una serie de afortunadas coincidencias iniciada un par de meses antes. Las razones por la que no publiqué nada hasta ahora son, inicialmente, la novedad y periodo de adaptación; y después, un proyecto que tengo entre manos: un documental de Moonsorrow. Se le ocurrió a Leo y me lo propuso cuando lo visité; desde entonces estuvimos un año y pico de preproducción hablando con gente, viajando, barajando posibilidades, urdiendo planes y preparando cosas, hasta que el día 12 de este mes salió la campaña de crowdfunding en Indiegogo (http://igg.me/at/homeofthewind), que durará hasta el 11 de junio. En unas quince horas sacamos 7.000 €, que no está nada mal. El vídeo, con audio en inglés y subtítulos en inglés y castellano, es así de molón:


Home of the Wind (Moonsorrow Documentary) - Crowdfunding Campaign from Jörmungandr Media on Vimeo.

Todo grabado y montado por Leo, que es un artista de lo audiovisual, y además tuvimos otros cuatro colaboradores que se encargaron de corregir el color, masterizar el audio, componer la música (basada en distintos temas de Moonsorrow) y sincronizar los subtítulos. Es la misma gente que se va a encargar del documental itself. ¿Y yo qué voy a hacer?, os preguntaréis. Pues yo escribí la biografía en la que se basará y voy a ser quien realice las entrevistas. Pretendemos que, además de lo musical, tenga también una cara filosófico-contemplativa, y tanto en lo visual como en lo argumental se le va a dar un tratamiento cinematográfico, aunque la escena de la persecución aún tenemos que madurarla un poco más. Tonterías aparte, lo del tratamiento cinematográfico no es ninguna broma: pretendemos que tenga un leitmotiv, planos un poco originales y todo ese tipo de cosas. Leo es el que sabe de cine.

Volvamos a Budapest. Hablemos primero del trabajo, que es lo que permite lo demás.

Hace cuatro meses yo era un pobre muchacho, un pringadete de un barrio, un currela, un tiradete, un chaval, un fracasado al que una amiga segoviAna (que ya os presenté) le mandó una oferta de trabajo en Budapest: traductor en una empresa de impresoras. Celtas Cortos aparte, tan fracasado no era porque tenía trabajo: un trabajo de pocas horas, perfecto para un universitario... cosa que ya no era. O sea que ese puesto en Budapest me vendría muy bien, y cambiar de aires, también. Ese trabajo no salió, pero fue la chispa que inició el proceso de búsqueda por Europa. Mandé currículums a Hungría, Elovaquia, Luxemburgo (que estuvo a puntito de salirme) y Dinamarca, y busqué en Suiza, pero el único puesto interesante que encontré allí requería ser un gran aficionado y tener muchos conocimientos de fútbol. Para trabajar en la biblioteca de la UEFA, comprensiblemente, te exigen eso. O de la FIFA, no me acuerdo ya. But I digress. Además de mandar mis propias candidaturas, les comenté a un par de personas residentes en Budapest que andaba buscando trabajo, y que me avisaran si se enteraban de algo. No me esperaba nada, porque nada suele pasar en esos casos, pero a los pocos días ambas me pidieron el currículum, y a la semana siguiente recibí un email de una empresa sobre el puesto al que «me había presentado» y que no tenía la más remota idea de en qué consistía. Tras dos procesos de selección paralelos, en el que más me interesó me dijeron: empiezas el 4 de enero a las 9 de la mañana.

Mi trabajo está relacionado con la informática, en un giro del guión que creo que nadie se esperaba. En un principio, también con las lenguas... en cierto modo, porque usaba tanto el inglés como el español, sobre todo el primero. Así fue durante tres meses, de los cuales pasé uno y medio en formación: la empresa no escatima un florín en eso. Lo malo fue que estaba yo tan contento cogiendo carrerilla y sintiéndome cada vez más cómo y suelto en el trabajo cuando, el último día de marzo, me llamaron al despacho de la jefa para comunicarme que, muy a su pesar, había órdenes de arriba para cambiarme de proyecto. No me hizo ni puñetera gracia, porque el proyecto nuevo está en otro edificio que me queda más lejos y es peor en todos los sentidos, porque acaba de empezar y en ese momento era un caos y una improvisación constante. Ahora va mejorando poco a poco. Algunos de mis antiguos compañeros me dijeron que, en el fondo, había tenido suerte, porque el proyecto anterior ya estaba establecido y tenía todos sus puestos cubiertos, por lo que es muy difícil subir; mientras que el nuevo aún lo tiene todo por hacer y me puedo asegurar alguno de los primeros puestos de mini-responsabilidad que vayan surgiendo. Ayer mismo se empezó a hablar de esto, y el jefe me propuso para el control de calidad. Veremos cómo se va desarrollando todo.

Esto es lo que veo todas las mañanas de camino al trabajo.


¿La vivienda? La vivienda también empezó muy bien. Una habitación grande como un campo de fútbol (24 m·m), más grande de hecho que el salón de mi casa back home, con dos camas, estantería enorme, armario y sofá, en un piso compartido con un chaval llamado Balázs, hermano de vuestra vieja conocida Vica y a quien conocí durante mi Erasmus en Eslovaquia, en un par de mis muchas visitas a esta ciudad. En estos cinco meses ya tuve unas cuantas visitas a la gran habitación: en una fecha tan temprana como el 8 de enero ya tenía aquí a Jasmina la serbia; poco después a Isa y Mariña, amiga de la facultad y su amiga; luego a Robert, a quien conocí en un congreso el año pasado; y la semana pasada a Yolanda, amiga ya de más de media vida, y a su hermana Ilina. Todos se quedaron en mi súper habitación, por supuesto, pero el pernoctar se va a acabar, porque la misma semana que me cambiaron de oficina el casero nos dijo que quería vender el piso, cosa que logró la semana pasada, así que ahora tenemos dos meses para pirarnos. Y ni de coña vamos a encontrar un piso tan grande, barato y bien situado como este. Uno de esos tres factores se va a tener que sacrificar. Pero no os pongáis muy tristes, visitantes potenciales, porque lo que estamos mirando de sacrificar es una parte del precio y otra de la ubicación: nos iremos un poquillo más lejos del centro a un piso un poquillo más caro; y quizá un poquitín más pequeño, sure, pero poco más. Tenemos que encontrar un equilibrio entre mi preferencia por la cercanía al centro y la de Balázs por una habitación gigantesca en la que sacarle rendimiento a su proyector y montarse sus fiestas. Con un poco de suerte, no será difícil de encontrar. O sea que, en realidad, el pernoctar aún va a durar. Y por cierto, si te estás preguntando cómo se pronuncia el nombre del chaval este, imagínate lo que contestaría Rajoy si le preguntaras qué disparan las pistolas.

Un intento de foto artística featuring Jasmina.


¿Y qué más? Paso un montón de tiempo con Essi, a veces visitando museos o lugares de la ciudad o directamente otras ciudades, o a veces no haciendo gran cosa. Voy a muchísimos conciertos, sólo en abril tuve cinco o seis, que son los que tenía antes en un año. Como digo siempre, si vine fue por una razón... Es una pena que no pueda ir a muchas más actividades culturales, porque las hacen todas en un idioma probablemente inventado que no alcanzo a comprender. Fui a clases de húngaro, pero lo malo es que duraron sólo dos meses, y el precio es más o menos aceptable para lo que fue pero no es ni de coña para pagarlo todos los meses. Ahora mismo estoy ocupado con el documental; después quizá retome el húngaro activamente del aguna manera, pero de momento sigo aprendiendo, porque la inmersión ayuda y hace muy fácil avanzar, aunque sea despacio. Siempre hay alguien a quien preguntar y por todos lados hay nuevas palabras y construcciones que aprender, constantemente. Lo dicho: inmersión.

Así que así andamos. Adaptándome a algo para que ese algo enseguida cambie, generalmente a peor (qué frase más jovial, ya me está influyendo el estereotípico pesimismo húngaro), pero con filosofía, porque lo que es mal, mal no vivo ni de coña. Tengo todo lo que me hace falta y me las estoy apañando perfectamente para vivir sin cocinar, ¿qué más se puede pedir?


Otra cara de Budapest: art déco auténtico hecho trizas.


No voy a prometer más frecuencia en las entradas, porque pa qué, si al final puede que lo cumpla o puede que no. Una como esta ya la empecé a escribir uno o dos meses, me pasé varias horas dándole a la tecla y al final se quedó en el limbo y empecé estoutra de cero. De vez en cuando hago fotos para subir al Facebook del blog, tengo que ponerme un día a ello. Por cierto, hace poco me fui de fototour por mi barrio, que tiene una arquitectura en verdad sorprendente; tengo pendiente subir un álbum, pero merecerán su propia entrada también. Todo vendrá. ¿Recordáis que aún os debo media Inglaterra de febrero del 2015?

El chiste de Rajoy y las balas llevaba latente más de tres años.


Tuesday, January 5, 2016

Hungría 2015 (feat. Eslovaquia)

Visegrád desde Nagymaros.
Estuve trabajando durante todo el verano, el 31 de agosto por la mañana cumplí mi última jornada antes de las vacaciones y esa misma noche ya estaba en un tren a Madrid. Tan pronto llegué a la capital, me compré un billete para Segovia, donde me encontré con dos amigas de allí, o mejor dicho, una amiga y su amiga. Como ya estuve en tan acuedúctica y alcazareña a la par que catedralicia ciudad hace año y medio, Ana y Leti me llevaron a La Granja de San Ildefonso para que viera algo nuevo. En un sitio con ese nombre esperaba encontrarme cerdos y vacas cantando la lotería de Navidad, pero en lugar de eso me hallé paseando por los hermosos jardines de un palacio de ricos.


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